Vasconcelos, un reformador / La Crónica de Hoy


Entre las crisis cíclicas que han golpeado al país desde 1821-ya no digamos las del siglo XIX ni todas las del XX que se desataron cuando se fue don Porfirio en el Ipiranga-, y como producto de esos complicados procesos sociales, se produjeron hombres, o para decirlo mejor, la sociedad de entonces produjo personajes de excepción que formaron instituciones que hasta el día de hoy forman el cuerpo del que se nutre la nación mexicana.

Uno de esos hombres, por el cual siempre guardo un interés personal, es José Vasconcelos. Conforme pasé mis cursos de historia de México me entusiasmé con Ulises Criollo, y lo hice con un placer especial pues mi padre fue egresado de la vieja Escuela de Medicina, que tuvo su asiento en el viejo barrio universitario, cuando todas las escuela y facultades de la UNAM tenían su asiento en el centro de la Ciudad, antes de la construcción de CU.

A través de ese Ulises mexicano, que llevó una vida de trayectoria singular, yo, como estudiante, me identificaba de una manera juvenil, pues Vasconcelos describía las calles y escuelas que componían ese espacio singular, en el que también caminó y estudió mi padre; claro, Vasconcelos dándole mayor importancia a san Ildefonso y a la Escuela de Derecho.

No considero inoportuno contar esto, que es de estricto orden personal, pues es de este modo como se construyen las historias humanas que le dan un verdadero sentido a nuestras vida.

En este año, importante como todos los años de nuestra patria, entre los muchos temas que la agenda social impone, pienso en José Vasconcelos  como el fundador de la política cultural del Estado mexicano.

Y ese interés y los acontecimientos que se suceden en la actualidad me revalorizan su figura, y me atrevo a decir, la engrandecen ante mi percepción, por una de sus frases –que es una idea de vida- cuando le dijo al General Álvaro Obregón: “Lo que este país necesita es ponerse a leer La Ilíada”.

Esa idea de la política quiso transmitir algo de una vitalidad grandiosa por todo el espíritu que contiene; quiso decir “lo que México necesita es educación y mayor educación”, y no exagero cuando digo que los hombres necesitamos educación como una forma de avanzar en el servicio a los demás.

Carlos Pellicer, el poeta mexicano, hombre de viajes, poemas, vivencias y gran amigo de Vasconcelos, en una entrevista declaró:

“Vasconcelos no era genial, pero sí era un hombre de junio, y entre otras, por eso lo siguió la juventud de México, primero como educador y luego como político en 1929”.

Algunas ideas de Vasconcelos me siguen apasionando y me abren nuevas perspectivas para comprender -como dije antes- la importante labor que desarrollamos en una institución tan importante como el Senado.

Vuelvo a los libros de mis autores preferidos, subrayados, pues el trabajo en la institución es intenso.

«Un libro es como un viaje –dice Vasconcelos-  se comienza con inquietud y se acaba con melancolía”.  Ya en 1923 escribió: “El genio para nosotros no es el que arrebata gloria o poder, sino el que derrocha saber y energía”.

No omito señalar que al triunfo del obregonismo, durante las primeras semanas del gobierno de Adolfo Huerta, se le nombró rector de la UNAM. Eso fue el 4 de junio de 1920. Él mismo redactó y propuso el lema tan profundo: “Por mi raza hablará el Espíritu”.

Y por la reforma educativa de entonces, el mismo presidente Obregón, quien le admiraba mucho, lo nombró secretario de Educación Pública, y comenzó una reforma de la que hoy nos quedan todavía ejemplos a seguir y afortunados ecos. 

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