Hemos perdido el valor de la palabra y estamos y dándole la importancia que no tiene al poder de la imagen: Zoé Robledo


Intervención del senador Zoé Robledo A., del Grupo Parlamentario del PRD, para presentar posicionamiento de la fracción sobre el dictamen con proyecto de decreto por el que se declara el Día Nacional de la Oratoria.

 

Zoé Robledo A., (ZRA): Con su permiso, Senador Presidente. Compañeras y compañeros legisladores:

 

Don Francisco Ealy Ortiz, bienvenido aquí al Senado de la República, en este día tan especial.

 

Como todos ustedes saben, Eduardo Galeano acaba de morir, pero antes de hacerlo, escribió en su libro “El Libro de los Abrazos”, el elogio del arte de la oratoria.

 

Lo situaba él en Bogotá, pero me parece que bien pudo haber sido en México, y hoy para homenajearlo, me voy a tomar esa licencia.

 

Dice Galeano: “En el poder hay división del trabajo. El ejército, las bandas armadas y los asesinos sueltos se ocupan de las contradicciones sociales y la lucha de clases; los civiles tienen a su cargo los discursos”.

 

En México hay varias fábricas de discursos, aunque solo una de las empresas, la Fábrica Nacional de Discursos, tiene teléfono registrado en la guía.

 

Estas plantas industriales han discurseado las campañas de numerosos candidatos a la Presidencia en México y en los países vecinos. Y habitualmente producen discursos a medida para interpelar ministros, inaugurar escuelas o cárceles, celebrar bodas, cumpleaños, bautismos, conmemorar próceres de la historia patria y elogiar difuntos, que dejan vacíos imposibles de llenar.

 

Yo, el menos indicado, quizá.

 

¿Qué nos intenta decir Galeano, con este irónico elogio de la oratoria?

 

Que la oratoria, antes virtud de líderes que buscaban convencer, inspirar, conmover con las palabras, se fue convirtiendo en los países de Latinoamérica, en una herramienta para simular, para mentir, y en el menor de los casos y el menor de los problemas, también para aburrir.

 

Pero la buena oratoria sigue siendo importante, de ahí la necesidad de retomarla, de desterrar para siempre el rollo, la simulación y la mentira. Recuperar el valor de la palabra en la política, porque a final de cuentas, eso es la política. La política se construye de palabras, de palabras que son símbolos mismos de la condición humana, que son base de la civilización, de la sociedad y de la inteligencia.

 

Palabras para enamorar, convertidas en poesía. Palabras para la fe, convertidas en sermones. Palabras para el orden, convertidas en leyes. Y palabras para convencer, convertidas en discursos, en oratoria, finalmente.

 

Hemos perdido el valor de la palabra. Y estamos recuperando y dándole una importancia que no tiene al poder de la imagen.

 

Creo que ésta es una buena ocasión, para replantear lo que ya decía el Senador Bartlett, que recuperemos el valor de la palabra en la política.

 

Y los que no crean en ella, los que no crean en la palabra, yo los invito a recordar la campaña presidencial de 2008, en los Estados Unidos de Norteamérica. La precandidata demócrata a la Presidencia y favorita en aquel momento, Hillary Clinton, solía decir refiriéndose a Obama: “Mi rival da discursos, yo ofrezco soluciones”.

 

Sobra decir y recordar que su rival Barack Obama terminó siendo el candidato y el Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.

 

Por eso, compañeras y compañeros, hay que recordar que la oratoria no es impostar la voz; la oratoria no es leer un discurso; la oratoria no es la demagogia que muchas veces ha invadido esta tribuna; la oratoria no nos pertenece a los políticos, pertenece a todos y por eso merece ser celebrada.

 

Y es que la palabra, que es la piedra de la casa de la oratoria, tiene un poder que va mucho más allá del arte de comunicar.

 

Como lo dijo Jesús Silva-Herzog Márquez, al entrar a la Academia de la Lengua: “La palabra no es solamente la voz que entretiene y comunica; el vocablo que trasmite información, deseo, recuerdos, órdenes; la palabra es nuestra casa, el lenguaje es una habitación que nos esculpe, residencia, la palabra moldea en su voz nuestra experiencia. Es el puño de una jaula o el aire de una plaza.

 

Y ya entrado en gastos y recordando también, nuevamente, a Galeano, recordemos su casa de las palabras.

 

Decía Galeano: “Que a la casa de las palabras soñó Elena Villagra, acudían los poetas, y las palabras guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían locas de ganas de ser erigidas; ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran, y los poetas, abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces se relamían o fruncían la nariz; los poetas andaban en busca de palabras que no conocían y también buscaban palabras que conocían y que habían perdido”.

 

Ojalá a la casa de las palabras, no solo acudan poetas, y empiecen acudir políticos, empiecen acudir líderes, empiecen acudir mexicanos que vuelven a creer que a partir de palabras pronunciadas en el momento y en el lugar adecuado, esta nación puede cambiar.

 

Por eso, enhorabuena por esta nueva celebración. Enhorabuena por la iniciativa del periódico El Universal de recuperar esta tradición mexicana de las palabras.

 

México fue un país y ha sido un país, como ya señalaba el Senador Encinas, de grandes oradores. México pasó en su momento del sermón al discurso cívico. Luego vino la Revolución en la que la oratoria se convirtió en belicista. Con la Constitución del 17 se instauró un discurso lleno de contenido ideológico, a través de la protección de derechos sociales.

 

Sin embargo, en el siglo pasado este proceso histórico concluyó mal. Concluyó mal y pasamos de la oratoria a la demagogia y al rollo. Que este esfuerzo común y colectivo sea para reencauzar el camino de la palabra en la política mexicana.

 

Y que sirva también, compañeras y compañeros, para siempre recordar, que el gran orador, el gran tribuno, no es el que habla bien, no es el que habla bonito, ni el que habla fuerte, ni el que manotea mucho. El gran orador es el que posee esa extraña virtud, de decir lo que piensa y hacer lo que dice.

 

Enhorabuena y muchas gracias, compañeros legisladores.