Gregorio Marañón, médico y humanista / La Crónica de Hoy


Hace ya buen tiempo tuve entre mis manos una edición de la biografía del emperador romano Tiberio, escrita por el médico español Gregorio Marañón. Si mi memoria me es fiel, el ejemplar del libro, quien me lo presumió, alegaba haberse hecho de él en una librería de la calle Donceles de la Ciudad de México.

El motivo de aquel intercambio de impresiones era la rareza del ejemplar, que, aunque acusaba en su papel amarillento el paso del tiempo y la mala condición de alojamiento en los grandes y polvosos estantes de esas librerías que llamamos de “viejo”, más que de ocasión, y en las que se encuentran muchas veces auténticos tesoros bibliográficos, el ejemplar conservaba la belleza original con su portada negra en la que resaltaba el perfil del emperador Tiberio, uno de los más tenebrosos por su leyenda o, cuando menos, controvertidos de la rica historia romana. El año de edición, 1939.

Pero quien despertó con atención mi curiosidad fue, más que Tiberio, el médico Gregorio Marañón y Posadillo, nacido en Madrid el 19 de mayo de 1887, y quien falleciera en la misma ciudad el 27 de marzo de 1960. Su ficha como médico nos dice que fue un notable endocrinólogo (el profesional que estudia con especialización las enfermedades de las hormonas, del metabolismo y los problemas nutricionales).

La noticia biográfica básica que me parece importante compartir nos dice: “Fue un médico, científico, historiador, escritor y pensador español, cuyas obras en todos estos ámbitos diversos tuvieron en su tiempo una gran relevancia internacional en la vida intelectual de su época. Durante un largo tiempo dirigió la cátedra de endocrinología en el Hospital Central de Madrid. Fue académico de número de cinco de las ocho Reales Academias de España (de la Lengua, de la Historia, de las Bellas Artes, de la Nacional de Medicina y de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales”.

En suma, ¡un hombre de grandes y múltiples saberes! Consciente de que aquel tiempo no disponía de la tecnología ni de las distracciones banales en que nuestra época se extravía. ¿Cómo podía el propio Marañón y otros contemporáneos suyos, entre el cual destaca José Ortega y Gasset, apropiarse de un tiempo vital, hacerlo suyo completamente, luego transformarlo en conocimiento pulido hasta el exceso, y regresarlo a la sociedad de su tiempo para enriquecerla con obras singulares y permanentes, que hasta el día de hoy son puntos de referencia y, cada día, ganan pocos pero selectos lectores?

Gregorio Marañón provenía de una notable familia de intelectuales españoles, es decir, ya era dueño de una tradición. Vivió los problemas políticos inconmensurables de la Segunda República Española.

Dos citas suyas me conmueven, y las comparto con ustedes: “En la historia hay una cosa absolutamente prohibida, el juzgar lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió.”

Y la opinión de un estudioso sobre su liberalismo, una definición de las que realmente definen: “Aunque Marañón volvió a la España franquista en 1942, su mayor aportación política fue sin duda haber levantado la bandera de la libertad en una época en que pocos o ninguno, entendiendo que ser liberal es precisamente estas dos cosas: primero estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, sino que al contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política”.

¿Por qué tuve el gusto de conversar sobre un hombre sabio como Gregorio Marañón con ustedes? Pues, por algo personal. Aquel libro de pastas gruesas y deterioradas, un tanto dañado por la incuria del tiempo lanzado al mundo en 1939, no se quedó en mi biblioteca personal; pero en estos últimos días recibí en forma de obsequio la nueva edición del Tiberio de Marañón, de Espasa Calpe, reeditada en el año 2006, que un buen amigo me trajo de España.

Este fin de semana la comenzaré a releer, y es casi seguro que será por el capítulo de la “Teoría del resentimiento.” La condición humana, nos enseña Gregorio Marañón, se modifica época con época para ser, finalmente, inmutable. 

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