El ánimo social / Milenio


El Estado mexicano debe ser sensible al ánimo social. Éste constituye una variable que incide significativamente en la legitimidad, estabilidad y éxito o fracaso de las políticas públicas y no, como algunos suponen, un simple estado mental colectivo.

La ira, el miedo, la tristeza y la felicidad son sentimientos que expresan el estado de ánimo de una persona, lo que, llevado al plano social, define una actitud colectiva respecto a una circunstancia específica. Los avances en la llamada “psicología social” han sido enormes en los últimos años.

Las guerras, las pestes y los desastres naturales son factores que afectan el ánimo de una sociedad. En situaciones límite se mezclan varios sentimientos en una persona o en grupos sociales. Por un lado, el miedo y la tristeza; por otro, la ira o la frustración. Un ejemplo de esto fue el estado anímico de ultraje que la sociedad francesa experimentó ante la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esta actitud social mantuvo viva la resistencia, lo que finalmente repercutió decididamente en su liberación.

En México, existen ejemplos claros de cómo el ánimo social ha afectado la credibilidad, apoyo o rechazo al gobierno. Después de los sismos de 1985, la población de la Ciudad de México experimentó una importante transformación. Prevaleció la solidaridad, la auto-organización y la desconfianza hacia la autoridad. En 1988, la sociedad, con un ánimo festivo, descubrió el voto como una forma de expresar sus demandas. En 1994, prevaleció el voto del miedo y en el año 2000 mayoritariamente la sociedad se manifestó a favor del cambio.

El ánimo social puede medirse a partir de encuestas de opinión o expresarse por medio de acciones, que van desde la apatía hasta la resistencia civil. También se manifiesta por medio de movilizaciones sociales, las opiniones de los medios de comunicación y, ahora, por medio de internet y sus múltiples aplicaciones. Como nunca antes, las autoridades tienen la oportunidad de conocer el ánimo social; por desgracia, al aparecer lo ignoran o lo consideran irrelevante.

No se trata de gobernar para las encuestas o para las redes sociales, eso también sería un error, pero sí tomar las decisiones conociendo la opinión de la ciudadanía y su ánimo social sobre temas que son de su interés.

El titular del Poder Ejecutivo hace mal al ignorar la opinión y el ánimo de la sociedad sobre sus decisiones o nombramientos. En una sociedad abierta y plural, que permite la transparencia y la libre expresión, este tipo de actitudes pueden ser consideradas como autoritarias.

Los jueces no pueden seguir en un claustro regido por códigos y formas exclusivos para los pertenecientes a un gremio cerrado. Los jueces, ministros y magistrados deben tener sensibilidad para conocer y comprender el peso de sus sentencias.

Los legisladores, por nuestra naturaleza, no solo estamos obligados a conocer el ánimo y la opinión social, sino a expresarlas y defenderlas en el Congreso de la Unión. Solo así podremos cumplir cabalmente con nuestra función de representantes populares.

Ni el Presidente ni el juez ni el legislador pueden ser personajes aislados de la sociedad ni instalarse en un nicho de soberbia o autocomplacencia. No son seres excepcionales, sino servidores públicos con funciones y responsabilidades definidas y temporales. Una de las funciones principales de las autoridades consiste en satisfacer las demandas de la sociedad y procurar su felicidad.

*Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República

Twitter: @MBarbosaMX