Carta al Papa / Excelsior


El pasado viernes visité la Organización de las Naciones Unidas para asistir al diálogo sobre los Compromisos del Milenio. Llevé conmigo una carta que habla de Ayotzinapa, justo un día antes de su aniversario. Mi intención fue entregarla al papa Francisco, quien estaba visitando la ONU ese mismo día. Afortunadamente pude realizar la entrega a su equipo y también lo hice en persona al secretario general de la ONU Ban Ki-moon. A continuación presento el texto íntegro del documento, que en esencia es una invitación al Papa para visitar nuestro país y en particular mi estado natal, Guerrero.
A Su Santidad, el Papa Francisco.

Me dirijo a usted, con profundo respeto y con un sentido de urgencia, para pedirle que visite México y, en especial, que visite el nuevo epicentro del dolor en mi país: el estado de Guerrero, el estado en el que yo nací y al que hoy represento como senador de la República.

Y me dirijo a usted por una razón muy simple, tan simple como poderosa: prácticamente 9 de cada 10 mexicanos son católicos y guadalupanos. Y usted, como líder de la Iglesia católica en el mundo, representa una agenda reformista, moderna y, desde mi punto de vista, revolucionaria. Me refiero al tipo de revolución que necesita ocurrir en el corazón de los mexicanos y que ningún político es, ni será nunca, capaz de detonar: la revolución compasiva, la que parte del amor entre los seres humanos.

La revolución compasiva, la que sirve para sentir el dolor del otro, del prójimo, ésa sólo puede surgir de la gente, de nosotros como personas, de la decisión de cada mujer, hombre y niño, de buscar la manera de convivir en armonía, construyéndonos unos a otros, en lugar de destrozándonos unos a otros. Para que revoluciones como esta puedan surgir, se necesita una inspiración inicial, una voz que sea escuchada, y que sea capaz de llegarle al alma mexicana.

Esa voz es la suya, Su Santidad.

Como usted sabe, mañana sábado se cumple un año de la tragedia de Ayotzinapa, en Guerrero, donde desaparecieron 43 jóvenes estudiantes, a manos de policías locales y criminales, sin que a la fecha sepamos con claridad quién o quiénes ordenaron esa desaparición, por qué lo hicieron y, lo más importante, ¿dónde están esos 43 jóvenes que estudiaban para convertirse en maestros de escuela?

Los 43 jóvenes de Ayotzinapa, Su Santidad, forman parte del fenómeno de desapariciones forzadas, un problema que se inscribe en un universo todavía más amplio y preocupante, que es el de la desaparición de personas. De acuerdo con cifras oficiales, del 2007 a enero del presente año, ya suman un total de 25 mil 293 mexicanos desaparecidos.

Cada día, en promedio, desaparecen 13 mexicanos, Su Santidad, y de cada 10 que desaparecen, 1 es un niño de entre 0 y 4 años de edad y 4 son jóvenes de entre 15 y 29 años de edad. El terrible destino de muchas de estas personas son fosas clandestinas, de las que hasta ahora se han encontrado 149 en todo el país.

Pero al lado de la tragedia, el terror y la desesperanza sigue existiendo la vida. Sigue existiendo riqueza natural y trabajo duro y honesto de millones de nosotros. Sigue habiendo música y canciones. Siguen naciendo niñas y niños mexicanos. Y sigue adelante un espíritu de lucha y de resistencia que se niega a aceptar un destino negro y fatal.

Por eso necesitamos que venga a visitarnos, Su Santidad Francisco. Para que nos ayude a recordar nuestra naturaleza noble y que sí es posible reconciliarnos como pueblo, a partir de la experiencia de dolor profundo que estamos viviendo. Un dolor que hoy está vivo en Guerrero y que, desde ahí, emana a todo México y, después, al mundo entero. Porque, así como usted lo profesa, a partir del dolor surge la empatía, la capacidad de mirar al otro.

Nos estamos matando entre hermanos mexicanos, querido Papa Francisco, por culpa de la corrupción material, pero también por la corrupción moral, que es la que ampara a la impunidad y la desigualdad.

Por favor, acepte esta humilde invitación que le hago en nombre de los guerrerenses.

México, Guerrero y Ayotzinapa necesitamos de su presencia esperanzadora.

Le abraza sinceramente,

Armando Ríos Piter.