#50Menos a Partidos Políticos / Excélsior


¿Para qué sirven la democracia, los partidos políticos y los gobiernos? Sea cual sea la respuesta, hay indicadores que apuntan a que la gente no está nada contenta con su desempeño.

Es decir, para lo que sea que deben servir, tal parece que no están sirviendo. De acuerdo con el informe Latinobarómetro 2016, en los países de la región, la democracia es preferible a otra forma de gobierno para 54 de cada 100 personas, mientras que 15 prefieren un régimen autoritario y 23 son indiferentes. En cuanto a los partidos políticos, como cada año, se mantienen en el último lugar de la tabla de confianza con sólo 17 de cada 100 personas que manifiestan tener confianza en ellos. Por último, con relación a los gobiernos, 73% de los encuestados opina que sólo “se gobierna para unos cuantos grupos poderosos, en su propio beneficio”. En este rubro, México reporta una aprobación a su gobierno actual de apenas 25%, sólo por arriba de Venezuela, Perú y Brasil.

Dados estos números, otros resultados en el Informe son esperados: más personas creen que la política y los políticos han perdido credibilidad y no la recuperarán; se percibe que la gran mayoría de la clase política tiene que “devolver favores por financiamiento u otro tipo de influencia”; y la justificación de la población para evadir impuestos es creciente. En el caso mexicano, del otro lado de esta ecuación tenemos, ni más ni menos, que recursos públicos multimillonarios para financiar el gasto de los partidos políticos.

Sólo entre 2012 y 2016, se han destinado 22 mil millones de pesos para el financiamiento de los partidos con registro nacional, lo que representa 4,378 millones anuales. De esto se gasta, en promedio, 85% para sostener las actividades ordinarias permanentes partidistas. El subsidio público a los partidos políticos tuvo una justificación en nuestra historia. Veníamos de un modelo de partido único, y queríamos incentivar la conformación de un sistema robusto para tener una competencia política sólida. Al mismo tiempo, había que proteger a la joven democracia para que no fuera capturada por los intereses fácticos.

Tuvimos éxito en robustecer a los partidos. Los convertimos en instrumentos para articular decisiones y plataformas, y consolidamos un sistema de competencia electoral. Pero, como lo demuestra Latinobarómetro, entre muchas otras encuestas, todo este dinero no se ha traducido en mayor cercanía de la clase política con la ciudadanía, ni en mayores niveles de confianza. Todo lo contrario. Hemos fallado dramáticamente en la identificación con la población.

Adicionalmente a esto, el dinero público que financia las campañas existe al lado de un cuantioso financiamiento privado, a veces legal, pero muchas otras, ilegal y hasta de origen criminal.

Tenemos que repensar y actualizar todo este modelo, porque está agotado. Un ingrediente clave para lograr este cambio, desde mi punto de vista, consiste en que los partidos, y también la ciudadanía, decidan salir de su zona de comodidad.

Las burocracias partidistas no deben vivir cómodamente del bolsillo de la gente, o de los decrecientes ingresos petroleros. Por eso me he sumado, junto con otros senadores del PRD y del PAN, a impulsar la iniciativa del senador Francisco Búrquez, conocida como #50Menos, y que busca reducir a la mitad el presupuesto que se destina a los partidos.

Estos esfuerzos deben ir acompañados de avances claros en materia de rendición de cuentas. Y aquí es donde la ciudadanía, desde su ámbito local de influencia, tiene que atreverse a jugar un papel central, y no tolerar más los comportamientos indeseables de muchos que se dicen políticos. Para abrir este tipo de espacios he promovido, como diputado de la Asamblea Constituyente de la Ciudad de México, una iniciativa en materia de Parlamento Abierto, para que la población capitalina se pueda involucrar activamente en la creación de su Constitución Política y, además, vigile de cerca a quienes estamos participando como sus representantes.

Sólo con modelos de coparticipación, modernos y horizontales, podremos dar vuelta a la página de una historia donde la gente y los gobiernos vivimos alejados. Y para que esto ocurra, hay que ser capaces de inspirar voluntades, porque intentar comprarlas con dinero no nos va a permitir avanzar. A fin de cuentas, esto es lo que yo entiendo por buen gobierno.
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