Santiago Ramón y Cajal, hombre de excepción / La Crónica de Hoy


Las pasadas semanas he ido haciendo una limpieza general en mi consultorio médico en Villahermosa. Una de las cajas apiladas junto a otras pertenencias me reveló secretos insospechados: libros que pertenecieron a mi padre.

Él a lo largo de su vida profesional de médico entregado al servicio de sus pacientes y de los más pobres y humildes de Tabasco, se daba tiempo para la familia y para la lectura. Cuando por motivos estrictamente de edad y salud se retiró de su consultorio, hizo de la lectura una de sus tres actividades principales.

No se preocupó por formar una biblioteca propiamente hablando, ya que no era en sí un bibliómano apasionado del libro como objeto, sino un hombre de infinita curiosidad por aprender cosas nuevas, y el libro era su herramienta de aprendizaje. Hasta el último año de su vida, en 1995, siempre estuvo al lado de su lecho un libro abierto, como fiel compañero de sus andanzas por la vida.

Al abrir una de las cajas —como he escrito— me encontré con diversos libros, herencia paterna, de la colección Austral. El título de uno de ellos dice El mundo visto a los ochenta años. Impresiones de un arterioesclerótico, Santiago Ramón y Cajal.

Haciendo memoria, puedo recordar a mi padre en la sobremesa de los domingos, o quizá de otro día, con este libro en la mano. Por una circunstancia afortunada conservo mi ejemplar; un poco maltratado, sí, pero aún con su portada verde, que en la colección Austral indicaba la colección de libros biográficos y de memorias.

Muy probablemente de esas impresiones juveniles viene mi interés por los médicos humanistas. Con emoción abrí el libro de Ramón y Cajal y leí algunos datos biográficos que nos dicen que este científico español, que llegó por sus trabajos a hacerse ganador del Premio Nobel de Medicina, nació en un pueblo de Aragón el 1 de mayo de 1852, y después de una vida fructífera y plena de  experiencias duras y vitales —como su residencia médica en la Cuba, todavía dependiente de España— falleció el 17 de octubre de 1934.

El hallazgo del libro que comento me hizo pensar en la desaparición de una especie que el mundo extraña y necesita: el médico humanista. Esta clase de profesional era un especialista en medicina humana, con predilección por una de sus múltiples facetas, pero, al mismo tiempo, sabía de muchas otras cosas.

Era conocedor de las costumbres e idiosincrasias del lugar donde ejercía; mostraba interés y conocimiento por la botánica, por las letras, por la vida de los grandes hombres, por la psicología, por el dibujo especializado de los grandes maestros y el arte en general (Ramón y Cajal ilustraba con dibujos propios sus investigaciones científicas), y algo que hoy no figura en los manuales médicos: una sensibilidad fina que le permitía una comunicación fluida y efectiva con sus pacientes. Pues, finalmente, el ejercicio de la medicina es un intercambio de conocimientos y experiencias entre el médico y su paciente. De alguna manera, cuando el paciente logra su curación, algo se cura también en el alma del médico. Es una satisfacción muy especial, difícil de transmitir con palabras.

La vida de Santiago Ramón y Cajal es un ejemplo que todavía hoy nos enseña mucho, pues sus problemas siguen siendo nuestros problemas, de otro modo, pero siguen vigentes. Uno de ellos: la falta de auténtico interés en invertir en la investigación científica en nuestros países. Con asombro me entero que, con los ahorros que logró reunir por su labor como médico en Cuba, Ramón y Cajal adquirió su primer microscopio y los reactivos químicos y colorantes necesarios, y montó un modesto laboratorio de investigación. Impresiona esta vocación.

En alguna sobremesa o conferencia, escuché decir, hace mucho tiempo, que el hombre que realmente logra formarse una idea clara y real de la vida humana es aquel que supera los 80 años, pues ha visto lo bueno y lo malo que la vida tiene para mostrar al hombre. Este libro encontrado en un antiguo cajón, herencia paterna, El mundo visto a los ochenta años, del Premio Nobel español, me dará una idea de ese mundo al que espero llegar, si la fortuna me protege, en lúcida condición.

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