Nos queda el resto del mundo #VamosPorMás / Excélsior


 

Casi un año después, en abril de este año, Hillary Clinton dijo que si ella estuviera en el gobierno mexicano no descansaría hasta saber qué pasó con los jóvenes de Ayotzinapa, y que realmente estaba preocupada por la violación de derechos humanos en México.

Aquél fue rudo e insinuó que básicamente somos una bola de bárbaros; ella fue un poco más suave y dijo, con cierta elegancia, que nosotros violamos derechos humanos, pero parece no importarnos.

Palabras más, palabras menos, ambos políticos estadunidenses apuntaron al corazón de lo que tiene atorado a México: la prostitución de la ley.

En lugar de Estado de derecho, somos un lugar donde hay derecho sin Estado. Donde la ley se aplica a conveniencia; según tengas conectes, dinero o goces del favor del poder en turno. Y eso no se llama Estado. Somos básicamente un feudo.

Este rezago medieval en el que vivimos es hoy más grave que nunca dado el contexto de la “Amenaza Trump”.

En lugar de correr despavoridos o negar la realidad, es nuestro deber como políticos y representantes de la gente plantarnos con dignidad para impedirle a Donald que abuse de nuestros paisanos, pero también es muy importante hacerle ver al vecino del norte que, si nos va a hacer el feo, pues nos queda el resto del mundo para fortalecer lazos de amistad y de negocios.

Para que esta postura sea creíble, es decir, para que realmente podamos llevar a México a la escena internacional como una nación protagonista, debemos dejar de ser feudales y, por primera vez en la historia, atrevernos a que la ley sea igual para todos. De otra forma, ninguna política económica nos traerá prosperidad colectiva y jamás va a florecer el potencial productivo nacional. Y eso lo sabe, literalmente, todo el mundo.

Una vez más lo sostengo: sin leyes eficaces, tendremos una economía que no crece y que beneficia sólo a unos cuantos, asfixiada por la corrupción y amenazada por la impunidad y los intereses fácticos o criminales.

La buena noticia es que, a la par de este escenario, existe una energía potente de cambio en la sociedad mexicana que puede combinarse en próximos días con un impulso político valiente para crear, juntos, un hecho histórico definitorio. No podemos perder esta oportunidad.

Para transitar al país justo que todos —o por lo menos la mayoría— queremos, se necesitan encargados de hacer cumplir la ley que tengan integridad de acero.

En próximas fechas seleccionaremos a la mujer u hombre que se convertirá en el primer fiscal especial Anticorrupción y, posteriormente, habrá que nombrar también al primer fiscal general de la República, en sustitución del actual procurador. Del éxito que tengamos en este par de nombramientos dependerá, en buena medida, el destino de México.

Para que lleguen a esas posiciones personas de reputación y capacidad impecables, sin ningún tipo de atadura que pueda influir en su actuar, tenemos que movernos rápido. Aquí dos propuestas:

1. Para la elección de los candidatos idóneos para fiscal Anticorrupción, de entre 32 aspirantes, sugiero armar, esta misma semana, un bloque entre senadoras y senadores afines, junto con las OSCs organizadas en torno a la campaña “Designaciones contra la Corrupción y la Impunidad”, que se promueven con el #VamosPorMás. El objetivo de esta alianza es garantizar que en dicha elección prevalezcan los principios de parlamento abierto, como son la consulta pública y la apertura y transparencia máximas.

2. Propongo que esta alianza con la sociedad civil opere en favor de una iniciativa de cambio a la Constitución, que será presentada también esta semana por el PAN y el PRD en el Senado, y que busca evitar que el actual procurador se convierta, en automático, en el titular de la Fiscalía General que sustituirá a la PGR. La naturaleza de la nueva fiscalía demanda un procedimiento específico para elegir a un titular que sea independiente de cualquier tipo de vínculo de jerarquía y/o conflicto de interés.

Trabajemos unidos. Ya no podemos seguir siendo un país adolescente, llegó la hora de madurar. Y eso implica dejar de lado intereses mezquinos o prejuicios para poder lograr metas impensables desde la lógica del “yo”.

Ésta es la era del “nosotros”.