Los Contemporáneos y su tiempo / La Crónica de Hoy


Estuve pendiente de la exposición en el Museo de Bellas Artes -dedicada al grupo de educadores y artistas que a principios del siglo XX realizaron una tarea cultural que mucho enorgullecería a México- de título Los Contemporáneos y su tiempo. He sido admirador de este grupo de intelectuales, escritores y eruditos que bajo el tutelaje de José Vasconcelos comenzaron a construir el sistema educativo que produjo la Revolución Mexicana. Así que me preparé con calma y detenimiento para el recorrido por la exposición. Además, confieso, tenía un motivo de orgullo personal por la muestra.

La alcancé en sus últimos días y quedé conmovido por el montaje, por los ejemplares de las revistas de factura antigua y sus tipografías clásicas, los nombres y apellidos de aquellos jóvenes de cultura que, con los escasos recursos en un México desordenado y violento, se entregaban por completo al aprendizaje, a las buenas letras, al gusto exquisito por la cultura mexicana y por la cultura de otros países, especialmente la francesa, la dominante por entonces; publicaban revistas de refinado gusto, leían con un ansia de saber que, cuando uno se acerca a las vitrinas que custodian los ejemplares y ve los nombres impresos y los temas tratados, es imposible contener la admiración por la forma en la cual  aquellas generaciones hacían tanto con tan poco. Allí están: Jaime Torres Bodet, Gilberto Owen, Salvador Novo, Jorge Cuesta, Bernardo Ortiz de Montellano…aquí retomo mi motivo de orgullo personal y local: entre el eminente grupo de Los Contemporáneos en la exposición veo los retratos y las publicaciones de tres tabasqueños, de tres hombres que engrandecieron a México y nacieron en Tabasco, el trozo de tierra y agua más tropical de México: Carlos Pellicer Cámara, José Gorostiza, y su hermano, el dramaturgo Celestino Gorostiza.

Comento a los lectores de Crónica que siempre que menciono a estos personajes significativos de la cultura nacional y nacidos en el centro de la ciudad de Villahermosa -Pellicer, en la calle Sáenz, y los Gorostiza, en la calle Lerdo-, a menos de un par de minutos las casas en que los tres se asomaron al mundo, recuerdo la panadería La Aurora, en la esquina, precisamente de ambas calles, y que hasta finales de los años 70, en su casona vetusta, estuvo de pie sirviendo el pan tradicional de Tabasco.

Una emoción que se realzó en el recorrido por los salones cuando llegué al retrato de Carlos Pellicer que le realizó Diego Rivera. Y me digo, el objetivo final del arte en nosotros, es provocar esas emociones y darle una forma creativa a los recuerdos y evocaciones de nuestra persona, de ese misterio que es nuestra individualidad. Soy tabasqueño, y Pellicer cantó a Tabasco como nadie lo ha hecho hasta ahora. No omito, en la observación del montaje,  la expresión seria y muy formal del joven José Gorostiza, en las fotos grupales en que aparece retratado con los grandes hombres de la política y la cultura de aquel México de principios de los años 20, en que Álvaro Obregón encargó a Vasconcelos la creación de la Secretaría de Educación Pública.

Leo los textos introductorios al inicio de las salas, y mi admiración por la figura de Jaime Torres Bodet se ratifica. El retrato del pintor Manuel Rodríguez Lozano lo muestra ya como un joven serio, que no conocería más religión que el deber.

Me hubiese gustado hacer más de una visita a la exposición por la riqueza y variedad de objetos de gran belleza, de inusual categoría, relacionados con la historia patria. Gocé con fruición todos los detalles posibles, pero el tiempo presionante de la Ciudad de México no me lo permitió. Me consolé adquiriendo el magnífico catálogo en el que se recoge en forma impresa y precisa la múltiple riqueza de Los Contemporáneos en México. Mi felicitación al sector que encabeza Rafael Tovar y de Teresa. Somos críticos e impacientes de lo malo, pero reconocer lo bueno -cuando sucede- resulta honroso y, por qué no decirlo, da felicidad si es en bien de México y su cultura. 

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