La victoria debe ser nuestra / Excélsior


Hace cuatro años, Enrique Peña Nieto ganó la elección presidencial, tras generar cierto ánimo de cambio en algunos sectores de la población.

Al mismo tiempo, la Selección Mexicana de futbol conquistaba la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 frente a Brasil, un titán de este deporte y el favorito para ganar. México sumó siete medallas en aquellos juegos.

Cuatro años después, todo es distinto. Pasamos del agua tibia al agua helada. La expectativa positiva sobre el gobierno de Peña Nieto, con su 20% de aprobación, ha quedado sepultada tan hondo como el orgullo nacional por nuestro deporte olímpico. La delegación mexicana de 127 atletas, se ubicó en el lugar 61 del medallero.

Este resultado, para un país que se ubica entre las 15 primeras economías del mundo, es lo que olímpicamente se conoce como una mentada de madre colectiva. Claramente, cuando tenemos un resultado como este, existe una responsabilidad compartida entre autoridades y federaciones encargadas de su apoyo y entrenamiento.

Lo que más ha indignado, es que el titular de la Conade, Alfredo Castillo, no acepte siquiera su parte de la responsabilidad. Le echa la culpa a otros, caricaturiza como “una simple agencia de viajes” a la dependencia que encabeza y se comporta con frivolidad. Su desempeño ha sido percibido como conflictivo y arrogante. Para colmo, además de colocar en la estructura a cuates y compadres, su presencia en la justa olímpica pareció más una luna de miel, que de apoyo a nuestros deportistas.

Podríamos decir que ésta es una manifestación más de negligencia y hasta de posible corrupción de uno de los miembros del círculo más cercano del presidente Peña. Mas allá de la necesaria destitución de Castillo, me parece que el significado de lo ocurrido en Río 2016 es mucho más profundo. Viene a mi mente la película Invictus, en donde el actor Morgan
Freeman da vida a Nelson Mandela en el momento en que abandonó la cárcel y se convirtió en Presidente de Sudáfrica. En medio de una crisis de enfrentamientos, enojo y frustración por tantos años de vigencia del Apartheid, Mandela recurrió al deporte nacional, el rugby, para lanzar una apuesta por la reconciliación del país. Esta historia, basada en hechos reales, es un ejemplo de que el deseo de triunfo logra desatar el orgullo colectivo mediante una victoria deportiva. Es una medicina potente para levantar el ánimo de una nación entera y revertir una sensación histórica de división y derrota.

Hay que valorar el peso del deporte nacional mexicano desde esta óptica. Sobre todo, en medio de una realidad en la que tenemos un panorama de impunidad, violencia y conflictos que no cesan.

Es decir, el fracaso de la Conade va más allá de un desempeño ineficaz o de un caso más de compadrazgo en esta administración. El tamaño de esta pifia pega directo en la autoestima de 120 millones de personas que necesitan como nunca una sensación de esperanza y emoción de triunfo.

Mandela y su apuesta por el rugby fueron capaces de inflar el espíritu sudafricano y de unir a una nación por arriba de los prejuicios, de ese tamaño son las oportunidades que por frivolidad, deja ir este gobierno.

Es necesario revisar el modelo actual de impulso al deporte en México y garantizar que los recursos asignados a este sector se inviertan de forma eficiente y transparente. Solicitamos que la Auditoría Superior de la Federación revise el ejercicio del presupuesto de la Conade. Tan sólo en 2016, hablamos de dos mil 600 millones de pesos.

Necesitamos cambiar la ley, acordar una política de largo plazo en materia deportiva que sea capaz de identificar entre nuestros jóvenes, a los mejores talentos y llevarlos hasta su más alto nivel de rendimiento.

Por fortuna, aun en medio del abandono y la adversidad, la fuerza del carácter mexicano se manifiesta. La marchista Guadalupe González, el clavadista Germán Sánchez, la taekwondoín María Espinoza con medallas de plata, así como también el boxeador Misael Rodríguez e Ismael Hernández de pentatlón moderno, con medallas de bronce, hacen honor al poema Invictus, que da nombre a la película de Mandela, y que en uno de su versos dice “soy el amo de mi destino; soy el capitán de mi alma”.

Twitter: @RiosPiterJaguar