Juárez fue el hombre en que todo buen patriota desea convertirse: Benjamín Robles


Intervención en tribuna del senador Benjamín Robles Montoya, del Grupo Parlamentario del PRD, para referirse a natalicio de Benito Juárez.

 

Benjamín Robles Montoya, (BRM): Muchísimas gracias, senador presidente.

 

Coincidimos totalmente con sus palabras. Hablamos sin duda del más importante de los presidentes que ha tenido este país.

 

Por eso compañeras y compañeros, como oaxaqueño, me gusta repetir cada 21 de marzo y hacerlo con orgullo, con gratitud, este verso de Pablo Neruda sobre Juárez: “Tu rostro fue nacido en nuestro barro”.

 

Y me gusta, compañeras y compañeros, no sólo por su aliento poético, sino porque lo vincula directamente con la tierra de Oaxaca.

 

Juárez sólo pudo haber nacido en el sureste mexicano, donde se combinan la creatividad humana y la carencia que ofende y también el patrimonio cultural que la equilibra.

 

Sin embargo, en algún momento, Juárez dejó ser sólo del Sur, para transformarse en un símbolo mexicano, el hombre en el que todo buen patriota desea llegar a convertirse.

 

Así, Juárez expandió la sustancia de su tierra, de sí mismo, por la geografía entera de México. Se convirtió en raíz, en parte de nuestra identidad, en el antepasado cuya herencia modeló los principios de cada individuo y también, de cada uno de nuestros pueblos.

 

Una niña o un niño de Oaxaca, o de Tepic o de Campeche, o de cualquiera de los estados que aquí ustedes representan, puede decir hoy sin temor a equivocarse, que es descendiente de la cultura de Benito Juárez.

 

Y en esto deseo permítanme detenerme.

 

Si lo que digo lo aceptamos, si esta niñez es heredera del pensamiento y acción del prócer, entonces por qué permitimos, compañeras y compañeros, por qué permitimos que la vida se les presente tan complicada y compleja, por qué permitimos que se les impida disfrutar plenamente de los derechos que les corresponden, por qué permitimos que se les niegue a nuestras niñas y niños, la posibilidad de educarse con calidad y de forjarse en hogares sin violencia.

 

Si algo nos enseñó Juárez es precisamente a superar una niñez pletórica de carencias y de tumbos, pero por eso, compañeras y compañeros, nuestra primera motivación debería ser cambiar y mejorar las condiciones de vida de la infancia de México.

 

Por ejemplo, una de cada tres mujeres en el país, una de cada tres mujeres en este país, tiene menos de 14 años, y eso sin duda que representa una esperanza. Pero en contraste, compañeras y compañeros, las cifras de explotación y trabajo infantil en condiciones peligrosas es verdaderamente alarmante.

 

Por ello no sorprende, aunque ofende, enterarse que en el campo y aún en el doméstico se trate a las y los jóvenes del país en condiciones de esclavitud, cosa que debería ser totalmente lo contrario.

 

Hablamos de niñas y niños escapando de sus padres, atrapados a su vez en muros raídos del alcohol; hablamos de jóvenes migrantes que salen de sus comunidades porque allí no encuentran oportunidad de trabajo; hablamos de niñas que buscan amistad en las redes, en las redes sociales, porque conversar en las calles hoy ya no es frecuente; hablamos de niños cuyo talento se malgasta en horas y horas de soledad y silencio.

 

Por lo tanto, compañeras y compañeros,  si algún homenaje estamos dispuestos a rendirle a Juárez, éste tendría que ser allanarle el camino a nuestros jóvenes y que ninguno pase por los derroteros que ya debió superar, hace más de 200 años el Coloso de Guelatao.

 

Hay que hacer realidad su esperanza, hay que llevar libertad y derechos a los individuos y a las familias; hay que asegurarnos que los futuros nuevos ciudadanos aprendan los valores de la igualdad, de la justicia y la tolerancia; que la educación sea el ingrediente que les asegure comer cada día con satisfacción y renovado espíritu.

 

Y en el legislativo, en el poder legislativo hay que implementar sin duda, un sistema de reglas, un sistema de normas que no sea una camisa de fuerza para los ciudadanos y sus instituciones, sino que sea un sistema que propicie la armonía y la buena convivencia. Es decir, que no sólo funcione para vigilar e impedir, que no sólo funcione para sospechar y castigar, sino que incentive la honestidad, potencie la eficiencia e incentive el desarrollo.

 

Hay que organizar el Estado de tal forma que sea el mérito y el conocimiento, no el dogma, el que impere en sus determinaciones.

 

Hay que devolverle el sentimiento de patria a cada ser humano que nazca en esta tierra, para que nunca más se sienta solo y huérfano, pues aquí estamos millones de paisanos solidarios, dispuestos sin duda, a brindarle el apoyo, la casa, el hombro y también la palabra.

 

Compañeras y compañeros, éste es el país de Juárez, el mismo por el que sacrificó las comodidades mundanas y se entregó a las causalidades democráticas.

 

Éste es el país y será siempre el país de Juárez, porque con él compartimos ideas, referencias y también compartimos valores como ninguno otro de nuestros antepasados.

 

Por ello, éste, compañeras y compañeros, éste es el país de Juárez y hay que preguntarse por lo tanto a cada paso y a cada decisión que enfrentemos en este Senado: ¿Qué haría Juárez en estos casos?

 

Y estoy seguro, senadoras y senadores, que la respuesta será más certera y más justa si eso nos preguntamos, porque lo diré en los términos de Carlos Pellicer:

 

“Juárez, eres el presidente vitalicio, a pesar

de tanta noche lúgubre. La República es mar

navegable y sereno, si es tiempo de consulta”.

 

Por eso digo y con orgullo: ¡Que viva Juárez por siempre!

 

Es cuanto, senador presidente.