De abajo hacia arriba / Excélsior


En una comunidad rural había desconfianza y mala percepción de la escuela local, por su bajo desempeño y el mal manejo de sus recursos. Pero los ciudadanos se mantenían apáticos y pasivos frente al problema.

Hasta que un día, una organización ciudadana alertó a los miembros del comité escolar y a la asociación de padres de familia sobre sus derechos y responsabilidades, además de brindarles capacitación para monitorear el manejo de los recursos de la escuela. Esto permitió que se detectara un desvío de fondos por parte del director de la escuela, el cual fue reportado ante las autoridades educativas locales. El resultado fue la destitución del director y el congelamiento de su salario, para reembolsar los recursos desviados.

Esta experiencia produjo un empoderamiento de la ciudadanía y, desde entonces, existe una mayor transparencia y rendición de cuentas, así como un mayor rendimiento escolar de las y los alumnos, debido a que los recursos se destinan ahora a su verdadero propósito.

Esta historia, que para algunos pudiera parecer poco probable, es una historia real. No es el relato de una experiencia en México, sino en África, en la comunidad de Abekah, ubicada en la costa de Ghana, y la organización ciudadana que intervino en el proceso de transformación de esta comunidad se llama PAGE.

El relato aparece en el libro Ciudadanos en contra de la Corrupción, de Pierre Landel-Mills, que aborda una pregunta central en medio del gran desafío que implica combatir la corrupción: ¿qué puedo hacer yo como ciudadano?

El libro presenta una recopilación de casos de éxito de ciudadanos en países en vías de desarrollo —Uganda, Filipinas, Mongolia, entre otros— que han asumido su responsabilidad y han emprendido acciones concretas contra la corrupción desde el nivel local.

Historias así son una fuente de inspiración de activismo ciudadano y muestran una ruta para algo que puede ocurrir en nuestro país. Si bien apenas estamos en la discusión del Sistema Nacional Anticorrupción que, en su primera fase, implica la creación y reforma de sietes leyes secundarias, debemos ser muy claros en que sólo mediante una participación decidida de la ciudadanía será posible un sistema que dé resultados.

Necesitamos impulsar una reforma profunda, quizás la más importante de este sexenio, porque tiene que ver, en el fondo, con un cambio en la mentalidad de los mexicanos. Estamos hablando esencialmente de una revolución cultural, en la que sustituyamos la indignación estéril, el fatalismo y la victimización por una mentalidad emprendedora en su acepción más amplia.

El término “emprendedor” se ha puesto últimamente de moda y tiende a asociarse con una visión comercial o empresarial. Sin embargo, el origen de la palabra emprendedor tiene que ver con “la persona que emprende y se determina a hacer y ejecutar, con resolución y empeño, alguna operación considerable y ardua”.

No sólo requerimos emprendedores que se atreven a desafiar el statu quo y a promover la innovación en el ámbito de los negocios. También necesitamos muchos emprendedores sociales, quienes tienen como principal objetivo generar un beneficio social, antes que una rentabilidad económica exclusivamente.

De hecho, hay emprendedurismo social desde el momento en que las personas se vuelven conscientes del potencial de su capacidad para impulsar ideas creativas, que transformen nuestra realidad, y se atreven a tomar acción.

Un ejemplo de ello es precisamente la Ley3de3, que representa un nuevo ejercicio de activación ciudadana, pacífico e institucional, con una propuesta concreta de ley para exigir un “basta ya” a la corrupción en nuestro país. En las últimas semanas, esta iniciativa se ha convertido en el corazón de la discusión del Sistema Nacional Anticorrupción en el interior del Senado, lo cual es una primera victoria que sienta un importante precedente.

Ahora bien, después del proceso legislativo queda una gran camino por recorrer: hay que aterrizar la legislación en acciones específicas que alteren la realidad cotidiana.

Espero que los más de 634 mil “emprendedores sociales” que dieron un paso con su firma en apoyo a esta iniciativa ciudadana, evolucionen para crear organizaciones que sigan el ejemplo de PAGE en África. Ésa es la revolución pacífica que puede cambiar a este país, de abajo hacia arriba.