La bolsa o la vida / El Financiero


Vencido en la arena pública antes de que iniciara el debate (¿cómo esperaba ganar si jugaba golf cuando ya se había anunciado el golpe?), el presidente Enrique Peña Nieto optó, tras las protestas que se han extendido a todo el país, por la argumentación apocalíptica: el aumento o la vida.

 José Antonio Meade, el maltratado secretario de Hacienda, cedió la cabeza de la defensa a Mikel Arriola, director del Instituto Mexicano del Seguro Social, quien echó números y nos amenazó con convertirnos en un país zombie: mantener el “precio artificial” equivaldría, dijo, a que durante cuatro años no hubiera medicinas, vacunas ni material de curación. Otro comparativo (¿le parecería muy divertido plantear esos escenarios de fin del mundo?: el IMSS tendría que cerrar todos sus servicios durante 117 días.

Puestos a hacer ejercicios de equivalencias –y ya que el presidente preguntó a todos los mexicanos qué hubiéramos hecho estando en su lugar- podríamos preguntar al gobierno:

¿A cuántos años de medicinas y vacunas equivale el atraco de Javier Duarte en Veracruz, consentido por Peña Nieto casi hasta el final del mandato del ahora prófugo? ¿Cuántos partos no atendidos costó al país el saqueo del ex gobernador de Quintana Roo? ¿A cuántas cirugías no realizadas equivale la Casa Blanca?

Y ya que priistas y panistas están en el reparto de culpas, podríamos añadir una pregunta: ¿Cuántas consultas médicas podrían realizarse con los 600 millones de dólares gastados en la prometida refinería del estado de Hidalgo, donde sólo hay una barda?

¿Cuántas escuelas podrían construirse o renovarse con los altísimos costos financieros –con los humanos no podemos hacer equivalencias- de la inútil y absurda guerra contra el narcotráfico emprendida por Felipe Calderón y seguida alegremente por Peña Nieto?

Con argumentos que suenan a amenazas, el gobierno de Peña Nieto pretende recuperar terreno en el debate público, aunque evadiendo el tema central que se ha hecho presente en las protestas registradas a lo largo y ancho del país: el problema es la corrupción, el sello de agua de este gobierno, que los ciudadanos vinculan con el tremendo golpe a la economía familiar.

Por lo visto, en el gobierno ni siquiera echan un ojo a los datos del INEGI, que hace tiempo nos informó que la corrupción es el segundo asunto que más preocupa a los ciudadanos, sólo después de la inseguridad que sigue siendo la campeona de nuestros males.

En un principio, los altos funcionarios del gobierno federal se enredaron en explicaciones técnicas sobre la necesidad de terminar con los precios “artificiales” de las gasolinas, pero sus argumentos siempre terminaban en uno: los precios internacionales del petróleo han aumentado y no hay de otra.

O sí: más impuestos o más deuda. Como si buena parte del precio de un litro de gasolina no fuera a dar a las arcas del gobierno vía el IEPS o como si no fuera este gobierno el que ha hecho crecer la deuda a niveles de peligro.

El gobierno de Enrique Peña Nieto parece actuar como en aquel viejo chiste español en que un político ofrece una disyuntiva en un mitin:

-Nosotros o el caos.

-¡El caos, el caos!- grita la multitud.

-También somos nosotros.

La autora es senadora de la República.

Twitter: @Dolores_PL