México tiene miedo / Excélsior


Hay mensajes que simplemente no logran entrar en los oídos de sus destinatarios. ¿Qué será necesario para que, quienes nos dedicamos a la función pública, dejemos de ser sordos frente a los gritos de reclamo de la gente y actuemos de forma distinta?

Muchas voces opinan que esto es imposible. Que esa toma de conciencia que lleva a cambios radicales siempre ocurre, y ocurrirá, en cualquier lugar del mundo, menos en México. Porque aquí parece que estamos condenados a ser la sociedad donde nada pasa. Cuarenta y tres estudiantes ausentes, una Casa Blanca, un Chapo que se burla de todos, decenas de miles de muertos y un torbellino llamado Trump que está por chocar contra territorio mexicano, entre otros temas; pero nada de esto, aislado o en conjunto, ha sido capaz de romper el caparazón del estado de cosas políticas.

Hay una explicación simple para esta enfermedad de parálisis que amenaza con deshacer nuestra República. Por fortuna, también existe un posible remedio.

Hace unos días, una persona me dijo: México tiene miedo; tiene miedo porque jamás en nuestra historia hemos vivido algún momento donde la ley se aplique como se debe. Es decir, como mexicanos, no sabemos cómo es vivir sin la posibilidad de negociar alguna regla, en algún momento, de alguna manera, para encontrarle salida a algún aprieto. Esto puede parecer una obviedad, pero así de simple como suena, es también una verdad con implicaciones profundas.

Hoy, por ejemplo, tenemos en el Senado tres iniciativas de cambio a la Constitución, del PRI, del PAN y del PRD, que buscan garantizar que cuando la PGR se transforme en Fiscalía General, su titular sea realmente autónomo. Aparentemente no hay razón para no dictaminar este cambio constitucional a la brevedad y de inmediato dar paso al análisis, discusión y eventual aprobación de la ley orgánica que servirá para crear dicha Fiscalía. La idea básica es lograr, por primera vez, que la ley penal se aplique como se debe, sin compadrazgos y sin distingos de ningún tipo entre la población.

Si trabajamos de la mano con la sociedad civil, como ya lo empezamos a hacer la semana pasada con miembros del colectivo #FiscalíaQueSirva, podríamos estar en condiciones de aprobar esta ley al final del próximo periodo ordinario de sesiones, siempre y cuando exista la voluntad de todas las fuerzas políticas en el Senado de realizar este enorme esfuerzo en conjunto y de comenzar a trabajar ya.

Es una meta alcanzable, pero queda la cuestión del miedo que, de nuevo, puede llevarnos a la cancha del “todo cambia para seguir igual”.

Si todo esto prospera y tenemos éxito en nombrar un fiscal general que no responda más que a la gente que espera justicia; así como fiscales independientes especializados en combate a la corrupción, delitos electorales y protección de derechos humanos; y los mejores cuadros investigadores, peritos y policías ministeriales, ¿qué tipo de país tendríamos? Dejaríamos de ser vistos como criminales, narcos y violadores. ¿Y entonces en qué nos convertiríamos? Y qué tendría que ocurrir en el camino, es decir, ¿cuál sería el precio de volvernos responsables, prósperos y civilizados?, ¿quiénes ganarían y quiénes perderían? Sería el cambio más radical que hayamos vivido, más que la Revolución de 1910. Sería un México irreconocible.

Un ensayo de solución para el país de las impunidades está en la organización llamada Poder Anti Gandalla, que promueve Arne Aus den Ruthen. Lo que está consiguiendo este movimiento es, justamente, vencer el miedo a vivir con leyes que sí se cumplan. Con información, un modelo de organización y acciones en equipo, los Anti Gandalla están acumulando pequeñas victorias por todo el país, con ciudadanos de-a-de-veras que combaten casos de impunidad, diría yo, y que son los verdaderos héroes cotidianos.

Vale la pena echarle un ojo a este proyecto, porque puede ser un gran complemento al trabajo legislativo: la acción digna de los ciudadanos que, por estar unidos, se atreven a experimentar del otro lado de la barrera de lo desconocido; ahí dejan atrás la comodidad de la queja, la apatía y la pasividad, para observarse a sí mismos dotados de dignidad, de poder individual y de amor propio.

Estamos viviendo el fin de una época y el inicio de lo que será la política del futuro. Así es que, hoy, todo es posible.