Más vale lamentar que prevenir / Excélsior


Necesitamos cambiar de raíz la forma de diseñar, legislar y desarrollar políticas públicas en México. En lugar de tener una visión preventiva y de largo plazo, nos la pasamos reaccionando a crisis recurrentes: caos de violencia y de narcotráfico; epidemias de corrupción, de impunidad, de obesidad y diabetes; o brotes de chikungunya.

 En nuestro país, corremos como gallinas sin cabeza, buscando respuestas a los problemas cuando ya los tenemos encima. Así nunca vamos a desarrollar al máximo el potencial que tenemos, comenzando, por supuesto, con el de nuestras niñas y niños.

En días pasados, como parte de la agenda de trabajo de la Comisión de Población y Desarrollo que presido en el Senado, Erika Strand, jefa de Política Pública de UNICEF México, nos vino a decir que la primera infancia —de cero a cinco años— es una etapa crucial de la vida, en la cual se sientan las bases que determinan nuestro futuro. Aquí se desarrollan habilidades cognitivas como la memoria, la atención, el lenguaje, la percepción, la capacidad para la resolución de problemas y la planificación. También se inicia el desarrollo de las habilidades emocionales y sociales.

Un informe publicado en 2015 por UNICEF y el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sostiene que los bebés que padecen mala nutrición desde el útero se enferman con mayor frecuencia y presentan retraso en su desarrollo físico y mental.

Erika Strand enfatizó que las intervenciones sociales en la primera infancia, en especial las dirigidas hacia la población con mayor desventaja, son más efectivas para igualar oportunidades de desarrollo y reducir la desigualdad. Las intervenciones en etapas posteriores tienen menor efectividad e implican mayores costos.

A pesar de todo esto, en México no existe una estrategia de intervención integral en la primera infancia. Debemos impulsar trabajo coordinado, a nivel nacional, para la estimulación temprana y la maduración de capacidades motoras y aptitudes intelectuales de nuestros niños. Además, deben realizarse mayores esfuerzos relacionados con su nutrición y crianza, los cuales deben ser monitoreados y evaluados.

Un ejemplo específico de la falta de planeación y prevención, y que es urgente de atender ahora que vienen las lluvias, es la ausencia de propuestas concretas para evitar la propagación de la infección por virus del zika. Recordemos que con las lluvias llegan los mosquitos, y el mismo mosquito que transmite el dengue y la chikungunya, es el que transmite el zika.

El 1 de febrero de 2015 esta infección fue declarada como emergencia de salud pública de interés internacional, por parte de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Estamos ante una potencial epidemia que tal vez no se quiere reconocer. Esto es alarmante, pues una cantidad considerable de nuevas investigaciones han reforzado la asociación entre la infección por este virus y la aparición de malformaciones fetales y trastornos neurológicos, por ejemplo, la microcefalia, cuyas complicaciones pueden incluir retrasos del desarrollo, dificultades con la coordinación y el equilibrio, enanismo, distorsiones faciales, hiperactividad, retraso mental o convulsiones.

Mientras esperamos que las autoridades de salud se pongan las pilas, las recomendaciones de la OMS que debemos seguir incluyen, entre otras cosas: vaciar, limpiar o cubrir regularmente los contenedores que puedan acumular agua, como cubetas, barriles o macetas, para reducir la reproducción de mosquitos; evitar picaduras utilizando repelentes de insectos regularmente; usar ropa (preferiblemente de colores claros) que cubra al máximo el cuerpo; instalar barreras físicas (mosquiteros) en los edificios; mantener puertas y ventanas cerradas y, si fuera necesario, utilizar protección personal adicional, como dormir bajo mosquiteros de cama durante el día; y utilizar preservativos de forma sistemática en personas que se hayan infectado con este virus.

Tanto los menores de cinco años de edad, que no reciben una atención integral, como las personas expuestas al virus del zika, corren un alto riesgo de ver limitado su desarrollo porque han nacido en un país cuyo gobierno sólo se queda en remedios y no anticipa soluciones. Hasta hoy, en México más vale lamentar que prevenir. Es momento de invertir esta ecuación.