La guerra contra la niñez / El Sol de México


En 1924 la Sociedad de las Naciones adoptó la Declaración de Ginebra sobre los Derechos del Niño enmarcada en una consigna: el mundo ha hecho lo insuficiente a favor de la niñez. Fue una autocrítica de las naciones sobre la situación que prevalecía contra niñas y niños desprotegidos, abandonados, discriminados.

La etapa de la niñez en cada edad es la posibilidad de concretar o no, en mejores o peores condiciones, el proyecto de vida que toda persona pequeña tiene derecho por serlo. En 1959, con la Declaración de los Derechos del Niño, se gestan principios rectores donde la protección y la promoción de sus derechos es una tarea de cada adulto, cualquiera que sea la relación que tenga con niñas y niños. Padres, tutores y custodios se responsabilizan del presente y futuro de los menores.

Ambas declaraciones fueron emblemáticas en sus épocas porque visibilizan a la infancia; sin embargo, no había ningún compromiso vinculante por parte de los Estados, solo una buena voluntad inscrita en la buena fe; aun cuando ya se planteaba el Interés Superior de la Infancia, no había una vinculación por los Estados hacia la diversidad de niñas y niños en todo el mundo y las violaciones a sus derechos humanos.

En 1979, Año Internacional del Niño, se gesta en Naciones Unidas un proyecto de Convención que se concreta en 1989: la Convención sobre Derechos de la Niñez, que tiene el más amplio consenso que ha tenido cualquier otro Tratado. Hoy sólo Estados Unidos falta por aprobarlo.

Varias son sus características, a partir de sus principios rectores se establecen los derechos de provisión, protección, promoción, prevención y participación. La responsabilidad de este nuevo Estado de Derecho es de los Estados Parte, quienes deben tomar todas las medidas legislativas, administrativas, presupuestales, judiciales, sociales y culturales para garantizar el ejercicio integral de todos los derechos de niñas, niños y adolescentes menores de 18 años de edad.

Ninguna persona menor de edad puede ser discriminada, marginada o excluida del ejercicio holístico de cada uno de sus derechos: es la utopía que cada persona menor de edad tiene que lograr para ser feliz desde ahora.

Cuando analizamos cada noticia en donde algún niño o niña es vilipendiado, violentado, no deseado, privado de su libertad como escoria social, desnutrido, sin educación, que camina para obtener agua dulce, que sobrevive entre la basura y la extrema pobreza, castigado con los peores maltratos, inhumanos y degradantes, denigrado en su integridad física y psicológica como víctimas de los peores delitos de los que no puede defenderse, o que atraviesa países para llegar a un puerto incierto, pero que resulta menos peor del que huye.

Cuando leemos que un Estado puede con toda impunidad lanzar todo tipo de armas contra la población civil compuesta por niñas y niños; cuando observamos que el respeto a su dignidad humana debiese ser lo primero, lo primordial y lo mínimamente indispensable para garantizarles sus derechos humanos, los hechos solo nos demuestran, como en 1924, que no hemos hecho lo suficiente.

Es momento de ponernos las pilas para hacer ya lo que debemos. No veamos como normal que un niño o niña sufra. No basta por cierto, con conmoverse. Cada quién tiene que asumir su responsabilidad para detener esta guerra contra la niñez.

* Presidenta de la Comisión de Derechos

Humanos del Senado de la República