Estados Unidos no tenía de otra / La Jornada


El viraje de Estados Unidos es el viraje de América Latina. El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y EU no podría explicarse sin la oleada de gobiernos progresistas en la región que hizo naufragar, para referirme sólo a un hecho emblemático, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que vino a añadirse al costal de ridículos que escenificaba EU con sus votos casi en solitario contra Cuba en cuanto foro multilateral se presentará.

El cerco contra Cuba olía a rancio incluso para la opinión pública estadounidense desde hace mucho tiempo, como lo confirmó la encuesta del Pew Research Center, publicada un día después de que ambos países reabrieron, tras 54 años, sus respectivas embajadas; 72 por ciento de los ciudadanos de EU se pronunció a favor de poner fin al embargo comercial, sólo un punto abajo del porcentaje que se manifestó a favor del restablecimiento de relaciones diplomáticas.

Las encuestas confirmas que sólo una porción de la elite de Washington – siempre acompaña de la ultra de Miami- creía útiles las viejas medidas contra la isla. Tenía sus razones, porque Cuba se había convertido en uno de los pilares de la política exterior de EU, amarrada a la Doctrina Monroe: ¿cómo se atrevía una pequeña nación a desafiar al imperio? Cuba, como bien dice Noam Chomsky, era el mal ejemplo que podía propagarse y había que evitarlo a toda costa.

Las negociaciones secretas fueron largas. Se habla de dos años, con lo que parece quedar claro que se iniciaron luego de que en la Cumbre de las América celebrada en Cartagena (2012), EU sólo pudo conseguir el apoyo de Canadá respecto de Cuba y otros temas.

América Latina caminó más a prisa y mostró a EU que ya no podía dictar líneas de comportamiento a su antigua “Patio trasero”.

Los mexicanos vemos con esperanza este cambio trascendental, pero no nos engañamos. Las declaraciones públicas y privadas del gobierno y las élites estadounidenses indican que Washington no ha abandonado la línea de “promover una transición pacífica al sistema democrático” – lo que traducido sin eufemismo significa que no renuncia a la intromisión en asuntos internos de otro país- ni ha modificado la singular política migratoria que favorece en exilio cubano.

El cambio de estrategia ha de cargar aún con un sobreviviente de un mundo que ya no existe: esa rémora llamada bloqueo.

Aunque el fin formal del embargo depende del Congreso estadounidense, el presidente Barack Obama tiene amplias facultades para eliminar disposiciones que terminarían vaciándolo de contenido.

Si Obama usa o no tales facultados a profundidad dependerá, sin embargo, de los vaivenes de la contienda electoral que ya está en curso en el vecino del norte.

El restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba obliga a México a retomar el protagonismo diplomático que lo caracterizó en el pasado y a colaborar en la construcción de una ruta que respeta las decisiones, la legislación y la soberanía de la isla.