El Grito de (In)Dependencia / Excélsior


En el libro titulado Organizaciones exponenciales, el autor Salim Ismail habla de un mundo donde las empresas que no se adapten a los movimientos tecnológicos acelerados que estamos observando quedarán reducidas a cenizas pronto, como ha sido el caso de Kodak, Polaroid, Blockbuster o Nokia.

En palabras de Ismail: “una organización exponencial es aquella cuyo impacto es desproporcionadamente grande, al menos 10 veces más que su competencia, debido al uso de nuevas técnicas organizativas y de aceleración”.

Este tipo de organización está generando fenómenos disruptivos por todas partes: industrias enteras están desapareciendo, y otras naciendo, de la noche a la mañana. En el pasado, las empresas más exitosas tardaban alrededor de dos décadas para llegar a un valor de mercado de mil millones de dólares. Ahora esto se logra en cuestión de meses, con equipos de trabajo pequeños y comúnmente integrados por gente muy joven. Ahí están casos como YouTube o Instagram.

En el libro que refiero, también se plantea que los puestos de mayor presión en la actualidad son los de Director General Ejecutivo, DGE. Es en esa posición donde se deben tomar las decisiones que transformen a una organización “normal” o “lineal”, en una de tipo exponencial, para ello el DGE debe convertirse en un Director General Exponencial. Para lograr su misión, esta persona debe rodearse de la gente más competente y debe ser capaz de descentralizar decisiones confiando en el potencial de las personas, sus clientes incluidos, para generar valor en el mercado de forma independiente.

Hoy, la única constante es el cambio, pero el ritmo de este cambio se está incrementando a velocidades nunca antes vistas. Si ésta es la tendencia en el mundo de las organizaciones privadas, ¿por qué habríamos de pensar que en los asuntos de la política y del gobierno las cosas debieran ser distintas? Para el año 2020, habrán en el planeta cinco mil millones de habitantes conectados digitalmente. La revolución de los sistemas políticos universales es algo inevitable.

Pero, ¿cómo serán los proyectos políticos exitosos en esta nueva era? La respuesta está en el aire, se está construyendo. En todo el mundo, los gobiernos atraviesan crisis de credibilidad y legitimidad, en gran parte, creo yo, por este cambio de paradigma, donde la solución a los grandes problemas nacionales ya no vendrá de los esquemas tradicionales.

México no es la excepción, y este sexenio es un buen ejemplo del agotamiento de lo que llamo ‘la política lineal’; basta con revisar las últimas dos semanas. En un contexto de bajísima popularidad del Presidente, se toma una decisión torpe con la invitación a Donald Trump. Esto genera una cadena de reacciones que termina con la renuncia de Luis Videgaray, uno de los perfiles más valiosos y cercanos al mismo titular del Ejecutivo, y con el nombramiento de un operador político en Sedesol, una receta vieja como los cerros para tratar de ganar elecciones usando a los pobres. Y en medio nos recetan un “cambio de formato” en el Informe Presidencial que intenta, por enésima vez, paliar las fallas de fondo con un formato artificial de reality show a modo, que atenta todavía más contra la credibilidad perdida.

Consecuencia: nos encaminamos a un 15 de septiembre incierto, donde quizá presenciemos otro desafortunado “cambio de formato”, ahora en El Grito y donde existe un llamado para marchar pidiendo la renuncia del Presidente. En política nacional, el puesto análogo al de DGE es, justamente, el de Presidente de la República, y en estos momentos se necesita un cambio de mentalidad en la forma de ejercerlo, para construir un país de emprendedores, y no perpetuar uno de víctimas.

México en 2016 demanda apertura como nunca antes, y la posibilidad de que los ciudadanos estén cada vez más empoderados para ser parte de las soluciones; es decir, migrar de los esquemas centralizadores del poder a los que lo descentralizan. El gobierno no ha sabido leer esto, y ha operado en el sentido opuesto. Para ser un “Presidente Exponencial” se requiere apostar como nunca antes a la verdadera Independencia de las personas, y no a intentar mantenerlas dependientes con dádivas, clientelismos, cochupos, o historias insostenibles al estilo de las telenovelas. Es momento de confiar en la capacidad de la gente para dirigir el timón de su propio destino.