El Error/ Reforma


Pocos dilemas han transformado tanto la historia como el que encubrió a Gran Bretaña en aquel verano de 1938. Alemania se expandía y llegaba a la cúspide de su poder con Hitler, Europa observaba pasmada cómo el tirano destruía la estabilidad europea. Ante la amenaza se empezó a plantear un dilema de grandes consecuencias. ¿Cómo enfrentar al tirano? Para el primer ministro inglés, Neville Chamberlain, la mejor opción era la negociación: ceder en lo político en pos de una paz para sus tiempos. Para Winston Churchill esta opción era inaceptable. Había que prepararse para enfrentar a un demente; su postura desde el principio fue la de la confrontación abierta. A los enemigos de la paz no se les ofrece una rama de olivo, y sin embargo Chamberlain así lo hizo; se reunió con Hitler y pactó una paz imposible. «Tuvo usted para elegir entre la humillación y la guerra. Eligió la humillación y eso nos llevará a la guerra», dijo Churchill a Chamberlain.
¿Qué lleva a un político a tomar decisiones tan erradas? ¿Cómo pudo Chamberlain desestimar la amenaza de Hitler? Estamos ante una pregunta crucial del ejercicio del poder. Entender cómo es que de pronto la visión de un estadista se nubla y es presa de un mala intuición.
Quizá una primera aproximación al problema sería la de la sobrestimación de las capacidades. El político sesgado por la ilusión del poder que le brinda su zona de confort. El político tan acostumbrado a lograr sus objetivos a través de su poder que es incapaz de entender que no todo está sujeto a sus cualidades o su fuerza. Esto construye una primera distorsión que lleva al mal cálculo; como todo a mi alrededor está a mi merced, entonces así todo lo que no está a mi alrededor. El presidente que seduce a su círculo, pero que es a la vez seducido por su capacidad de seducción. Esto ocasiona lo que el médico y político británico David Owen identificó como la hybris, la enfermedad del poder, que tiene como síntoma una conducta de exagerada confianza que no permite la claridad que otorga el sentido común. Cameron seguro de que ganaría el Brexit.
De ahí se liga un segundo elemento: el de la falta de entendimiento de la realidad. Ese mismo sesgo construido por la familiaridad de lo inmediato se plasma en un desacato de lo más lejano. El entendimiento de la realidad se dificulta en la medida en la que ésta es una construcción narrativa de los cercanos. «Tenemos mucha suerte de que él sea nuestro presidente». Cuando se vive aislado se tiende a perder la noción del suelo. Las consecuencias son una pérdida del instinto político. ¿Cómo tomar decisiones adecuadas cuando el diagnóstico que ofrecen tus cercanos es erróneo por ser autocomplaciente? Nixon y su equipo frente a Watergate.
Una última hipótesis es la de la desesperación. De la desesperación nace el impulso, y el impulso por definición carece de idea, de pensamiento, de estrategia. ¿Qué pasa cuando la aprobación está por los suelos y los escándalos abundan? Con la soga al cuello las decisiones son apresuradas y generalmente contraproducentes. El dictador Galtieri invadiendo las Malvinas.
Quizá alguno de estos tres sesgos puede explicar cómo tomó su decisión el presidente Peña Nieto de invitar a Donald Trump a México. No se trata sólo de entender cómo midió políticamente dicha decisión; es decir, ¿en qué beneficiaba a México esa visita? Sino entender cómo un individuo, en este caso un presidente, toma una decisión en términos de su propio interés. ¿Qué ganó Enrique Peña Nieto con la visita de Donald Trump?
Sobrestimación del poder, alejamiento de la realidad y desesperación son apenas tres aproximaciones, faltan muchas más para entender el hilo de pensamiento que llevó a la decisión unipersonal que más ha agraviado a los mexicanos en los últimos años. Mi preocupación: Que a estas tres razones se le agregué una más. La soledad.
El autor es Senador por el PRD.