Buenos y malos, discurso maniqueo.


Las elecciones presidenciales en México han adquirido un elemento riesgoso para la armonía social, éste consiste en alentar las visiones maniqueas y simplistas de “buenos y malos” en todos los ámbitos, en la clase política, en los medios de comunicación, en las redes sociales, entre las mismas personas que al expresar su opinión se someten ya no sólo a la crítica, que es lo deseable, sino al insulto y agresión como recurso inmediato para descalificar.

Los procesos electorales en las democracias modernas son el espacio para que los miembros de la sociedad contrasten proyectos políticos de las y los candidatos, así como de los partidos o grupos políticos que los impulsen. En los últimos tiempos, la polarización social, producto de la lucha en la arena política, se incrementa por el discurso antisistema que permea como crítica a las opciones políticas tradicionales y como respuesta a malos gobernantes, a la corrupción que pervierte al poder, y al alejamiento de los gobiernos de la realidad inmediata que día a día viven las personas.

En particular, desde la elección de 2006 el encono social se hizo evidente en México durante los procesos electorales y no ha hecho más que incrementarse cada elección local o federal. En 2018 somos testigos de la evolución del apoyo político a un candidato, al fanatismo con que se defiende al mismo candidato 12 años después. Hay muchas razones y explicaciones de por qué se nutre como caldo de cultivo de la realidad social, un discurso de encono y simplista donde sólo puede prevalecer como verdad el pontificado de un político que a su arbitrio acerca, aleja, perdona, condena, señala u olvida según la conveniencia de su estrategia político-electoral.

El peligro de este tipo de discurso y comportamiento político, no radica en el posible parecido con tal o cual presidente de cualquier latitud del planeta, el verdadero riesgo radica en que este discurso fragmentario de la realidad esté siendo asimilado de múltiples formas, casi todas ellas con un común denominador: la verdad absoluta que no acepta crítica; la defensa de un personaje y su discurso de manera irreflexiva, donde la tentación de descalificar antes que argumentar se vuelve lo más común.

En días recientes hemos conocido reacciones muy duras, poco reflexivas y más bien viscerales, contra personajes que han hecho una crítica válida y libre sobre uno de los candidatos aspirantes a la Presidencia de la República. Lo mismo recibieron mentadas, insultos, descalificaciones baratas y vituperios los intelectuales como Jesús Silva-Herzog Márquez, Enrique Krauze o el ganador del Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, del que por cierto, en Hermosillo, Sonora, una militante de Morena convocó a una quema de libros de este escritor.

Este candor exacerbado que raya en el fanatismo irreflexivo no se limita a las redes sociales, donde de suyo se expresan comentarios de todo tipo, sino también en el café, la fila de las tortillas, en un evento público o simplemente al abrir la puerta de su casa para recibir a algún brigadista que reparte propaganda política diferente a la del signo político morenista, lo que puede desencadenar en abruptos reclamos, insultos o, en el mejor de los casos, consideraciones casi espirituales de por qué en ese hogar sólo se piensa de ese modo.

Los riesgos de un comportamiento social intolerante son elevados. La polarización social es parte de la flexibilidad que toda sociedad debe tener para constatar que la democracia es elástica, pero no coincido con pretender que la sociedad mexicana se divida en buenos y malos, en “mafia del poder” y “puros”, en nosotros y ellos. Los efectos del odio entre partes de una sociedad es lo que puede asemejarnos con lo que ocurre desde hace unos años en Venezuela, una fragmentación social producto, en parte, de un maniqueísmo populista que penetra en la sociedad y después es difícil de revertir. El llamado a la prudencia es para todos.

 

Luis Sánchez Jiménez
* Coordinador del Grupo Parlamentario del PRD en el Senado de la República
Twitter @ SenLuisSanchez