Cuando Trump nos alcanzó / El Financiero


 

Los analistas que sostenían que el magnate haría de su belicosa y ofensiva retórica un recuerdo de campaña, han perdido la apuesta, según todos los indicadores a la vista.

La llegada de Trump es de suyo grave y se complica con el escenario nacional: protestas desde que arrancó el año, cada vez más extendidas, en contra de un gobierno desacreditado y con el nivel de aprobación más bajo de la historia.

Los efectos del gasolinazo, que los ciudadanos ya comenzaron a resentir en sus bolsillos, se suman al rechazo a un gobierno marcado por la corrupción y por la casi total falta de acción frente a la impunidad.

La última medición del diario Reforma (18 de enero) coloca a Peña Nieto en el sótano de la historia, con un 88 por ciento de rechazo.

En el frente externo, este gobierno ha dejado consumirse un tiempo precioso sin emprender las acciones preventivas necesarias para enfrentar las medidas antimexicanas anunciadas por quien desde el viernes 20 de enero ocupa la presidencia de Estados Unidos.

El de Peña Nieto aparece como un gobierno acobardado, capaz apenas de reaccionar con tibieza y no de proponer, descolocado y amarrado de manos frente al potencial agresor.

Trump es una amenaza global y, frente a él, la “renovada presencia mexicana” en América Latina debe dejar de ser sólo un discurso.

México debe fortalecer su presencia en la región al tiempo que despliega lo mejor de su diplomacia en el trato a naciones que serán eventualmente afectadas y camina en la diversificación de sus relaciones comerciales y en el fortalecimiento de agrupamientos de naciones que rechazan el neoproteccionismo estadounidense.

El gobierno de Enrique Peña Nieto ha optado por el peor de los caminos posible: esperar la próxima ofensa o el siguiente golpe para responder con propuestas a las amenazas de Trump.

Encerrada en Los Pinos, ajena al pulso de la realidad nacional, de los conflictos en curso y de los que se avecinan, la corte presidencial parece cruzar los dedos para que las acciones de Trump no sean tan duras o bien espera poder eludir los golpes una vez que se produzcan.

No existen, de no ser por la irrealidad que domina el ambiente del poder, razones para el optimismo.

Trump ha enumerado sus amenazas inmediatas contra México una y otra vez. Las que más ha machacado son la salida del TLC, la deportación masiva de mexicanos, la construcción del muro en la frontera (en realidad su continuación, porque se comenzó a construir a mediados de los noventa).

La búsqueda de alianzas debe darse también en el terreno bilateral.

México debe lanzar una intensa y persistente campaña para construir agendas comunes con empresarios, líderes sociales y de opinión, organizaciones de migrantes, académicos y gremios de Estados Unidos.

Desde acá no podemos obviar que Estados Unidos es una nación dividida ni que Trump llega a la presidencia sin el voto mayoritario de los ciudadanos. El gobierno mexicano debe mantener una intensa interlocución con el gobierno del magnate pero no puede poner todas las fichas en ese tablero.

Frente a un gobierno débil y sin rumbo, como el de Enrique Peña Nieto, las fuerzas políticas y sociales, las organizaciones gremiales y la ciudadanía en general debemos tejer una plataforma común que siente las bases de una política de Estado en nuestra relación bilateral. El rechazo al muro, el apoyo efectivo a los posibles deportados y una postura de consenso respecto del Tratado de Libre Comercio y otras herramientas similares, deben acompañarse de medidas nacionales, como el fortalecimiento del mercado interno.

Debe llegarse a una eventual mesa con todos los temas, pero no sólo eso, sino con posturas y propuestas que tengan consenso en México, entre los actores y sectores involucrados, por ejemplo, en una eventual renegociación del TLC.

La resistencia y el esfuerzo constructivo deben darse en todos los frentes, y no es preciso esperar que la iniciativa nazca de un gobierno débil como el de Enrique Peña Nieto.

La autora es senadora de la República.

Twitter:@Dolores_PL