Don Salomón González Blanco


Los monumentos son memoria

Octavio Paz nos recuerda nuestra historia pero, además, nos hace ver las relaciones ominosas con nuestros distintos pasados. El pasado, para citar a José Alfredo, “nos sigue por dondequiera” y esa compañía, por lo general, nos ha sido incómoda. Seguramente, hay otros pueblos que tienen conflictos similares, pero el nuestro es el que más nos interesa y nos lacera; entre otras razones, porque lo conocemos mejor.

En los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, el exboxeador Mohammed Alí desfiló y encendió el pebetero de la llama olímpica.

Ese día, independientemente de sus creencias o su ideología, todos los presentes aplaudieron y ovacionaron a Alí, sin importar que éste, décadas atrás, criticara fuertemente a los norteamericanos por su culto al enriquecimiento, su racismo o incluso por la guerra de Vietnam, en la que se negó a combatir.

Junto con Alí, muchos otros norteamericanos fueron también críticos a la intervención de Estados Unidos en el Sudeste Asiático, entre ellos Bill Clinton que, a pesar de ese pasado rebelde, ocupó durante dos periodos la presidencia de su país.

Si bien Estados Unidos no es un modelo a seguir, hay algunos planos de aquel país que pudiéramos tomar como referente: los mexicanos de este tiempo necesitamos, otra vez siguiendo a Paz, un encuentro menos conflictivo con nuestros distintos pasados. Un encuentro y no un desencuentro.

Esta idea viene a tema por el asunto de la escultura de don Salomón González Blanco que fue nota en Chiapas en días recientes. Dicha figura ocupa desde hace tiempo un espacio en el Parque Joyyu Mayyu de Tuxtla Gutiérrez, pero recientemente fue retirada por las autoridades municipales sin ningún motivo creíble y en medio de versiones encontradas y confusas.

El licenciado Salomón González Blanco es un personaje importante en la historia de Chiapas y de México, doctor honoris causa en Derecho por la UNAM, secretario del Trabajo durante dos sexenios consecutivos, gobernador de Chiapas, merecedor incluso de la Medalla Belisario Domínguez. Su legado se relaciona especialmente con la legislación mexicana sobre el trabajo, que no es poca cosa.

Y esto me hace recordar las pirámides en Mesoamérica, que en todos los casos tienen varios pisos y al paso del tiempo fueron quedando muchas partes ocultas o destruidas por quienes ejercieron el poder en aquellos imperios. Un gobernante destruía u ocultaba lo hecho por sus antecesores. Destruían, sobre todo, aquello que hiciera referencia a gobernantes más distinguidos. La gloria o los prestigios de los gobernantes anteriores no podían permanecer, porque amenazaban a los del presente.

En México, y particularmente en Chiapas, no podemos continuar entablando pleitos con el pasado y mucho menos sacar raja política de ellos. Los personajes del pasado deben ser un referente a imitar y superar. Los monumentos son memoria que hace referencia a nuestra historia y sus actores, malos, buenos o mejores, no pueden borrarse de un plumazo ni mucho menos en afán propagandístico. Los hechos y los actores obligan a reconocerlos y preservarlos. Preservar el pasado es condición necesaria de cualquier pueblo: si el pasado no nos pertenece hagamos un acuerdo con él. Si nuestra historia permanece llena de dudas no podremos pensar el futuro.

En tiempos tan complejos como los que hoy vivimos, es tarea obligada tener presente la experiencia de nuestros gobernantes aztecas, quienes por ocultar el piso anterior no crearon ninguna defensa contra los invasores venidos de más allá del mar. Los pleitos con el pasado no permitieron al pueblo mesoamericano sobrevivir al Quinto Sol, evitemos repetir la experiencia. Reconciliémonos y reconozcamos lo bueno del pasado para vivir un mejor presente. Solo así podremos aspirar a construir un mejor futuro.

 

Senador de la república por Chiapas.