Sana distancia/ Siempre


Aceptarlo implica un retroceso democrático

Respecto a la “sana distancia” entre el presidente Peña Nieto y el PRI, se tiene que señalar que este término es, como muchos otros que acuñó el viejo priismo, para hacer que el ejercicio del poder público fuera casi inentendible, para crear una frontera difusa de dónde empezaba éste y dónde terminaba el poder político de su partido.

Se trata de un término que eufemísticamente trataba de disimular el papel de facto que el presidente de la república tenía respecto a su partido, el cual ha sido pieza clave en el proceso para el sostenimiento del esquema de control político.

La relación entre el jefe del Estado mexicano, el presidente de la república, el titular del Poder Ejecutivo con el partido político al que pertenece, no se puede medir en “sanas” o “insanas” distancias, simplemente son desempeños diferentes, uno es de orden público y el otro debe ser la relación de un político con su partido.

Enrique Peña Nieto es el jefe del Estado mexicano, el presidente de la república, el titular del Poder Ejecutivo federal, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas y debiera ser sólo un simple y distinguido militante de su partido.

Hablar de que toda decisión del PRI va a ser consultada con Enrique Peña Nieto, porque no habrá distancia entre gobierno y partido, es una realidad que ha prevalecido desde el inicio de esta administración, y su reconocimiento público representa un retroceso a nuestro avance democrático y a la pluralidad de la sociedad mexicana. Es volver a las prácticas que parecía que se habían logrado eliminar y que, lejos de fortalecer al presidente, lo debilitan.

Llamamos a los priistas a respetar la institución de jefe de Estado, de presidente de la república y de titular del Poder Ejecutivo.

El PRI no puede ser el vehículo de una restauración autoritaria. Respetemos las instituciones. Ni un PRI al servicio del presidente, ni un presidente de promotor electoral.

Autores como Lorenzo Meyer afirman que las principales características del sistema de control político vigente empezaron a tomar su forma definitiva a partir de la creación del PNR en 1929. Con apoyo de la representación política, el Partido de la Revolución cumplió las funciones de cooptación, gestión y control de la clase política.

Nacido del poder, durante 71 años el partido fue diseñado para el control, no para la competencia electoral, fue el complemento de la estructura institucional de los regímenes posrevolucionarios, abrió un espacio en que la elite gobernante llevó a cabo sus negociaciones internas para distribuirse los cargos públicos y reclutar a los nuevos miembros, socializarlos, poner en contacto durante las campañas a los futuros gobernantes con sus gobernados.

En los años ochenta se modificó el engranaje estructural del PRI con la intención de convertirlo en una herramienta útil para el proyecto económico, si esto implicaba modificar formal e incluso realmente los procesos de su vida interna, mejor. Si no, lo mínimo que se esperaba y que finalmente se logró fue la recuperación electoral y la adaptación del partido a los requerimientos de un cambio político gradual, limitado y controlado.

La estrategia no funcionó y en la elección que marcaba el nuevo milenio el PRI perdió la Presidencia de la República.

En sus años de oposición, el PRI siguió siendo primera minoría nacional en gobiernos estatales, municipales y en el número de legisladores en ambas Cámaras del Congreso de la Unión. Después del triunfo de Vicente Fox, sin el presidente como máximo factor de decisión y de cohesión, el PRI experimentó un proceso de regionalización donde el poder se concretó en los gobernadores y en la Presidencia del Comité Ejecutivo Nacional.

Doce años necesitó el PRI para que su candidato fuera titular del Poder Ejecutivo, después de su derrota en julio del año 2000.

De nueva cuenta y lamentablemente por la utilización del término de la “sana distancia”, el presidente de la república adquiere nuevamente el papel de dirigente de facto del PRI y éste se convierte en una dependencia más del gobierno. Sus años fuera del poder no le permitieron convertirse en un partido político moderno, simplemente conservar su función de aparato electoral del gobierno federal.

Esta circunstancia es lamentable para el desarrollo democrático del país. El rostro de la “transformación” en el PRI se llama Manlio Fabio Beltrones Rivera. Aquí los posibles cambios adquirieron la forma de las antiguas prácticas políticas. ¿Qué nuevo PRI puede ofrecen una personalidad como Beltrones? Ya lo dirá el electorado y la opinión pública.

Al ser prácticamente designado, por voluntad presidencial, como el nuevo presidente nacional del CEN del PRI, Manlio Fabio Beltrones será el rostro más visible de esa organización y, desde ya, uno de los aspirantes a competir por la candidatura presidencial de su partido en tres años.

@MBarbosaMX

Presidente de la Mesa Directiva del

Senado de la República.