Aprendizaje social de la violencia


Es momento de cambiar los ejemplos

Angélica de la Peña Gómez

De nueva cuenta, los niños son noticia de primera plana, lamentablemente se debe a la conmoción que ha causado entre la sociedad el destino que tuvo un pequeño de seis años a manos de adolescentes en la colonia Laderas de San Guillermo II, que se ubica a unos cuantos metros del Centro de Reinserción Social de Aquiles Serdán, en el estado de Chihuahua.

El clamor general exige justicia para el niño Cristopher Raymundo y castigo ejemplar para los cinco adolescentes responsables de su muerte, dos de ellos tienen 15 años de edad y tres son menores de 14 años. Estamos ante una controversia donde se pide cárcel para todos los presuntos homicidas, a pesar de su minoría de edad.

Antes de que la turbación trascurra y estos hechos sean un capítulo más de la ola de violencia que envuelve nuestro país, debemos obligarnos a reflexionar y cuestionarnos sobre la responsabilidad que tenemos como sociedad y como Estado.

Las niños y adolescentes no son violentos por sí mismos, sino que es nuestra sociedad la generadora de esa violencia, pues la viven en sus comunidades, en sus barrios, en las escuelas, en sus hogares y desde los medios de comunicación con la apología que hacen en telenovelas y programas seriados de esa violencia y de la impunidad que la acompaña. La violencia se aprende.

De acuerdo con la Unicef, en México seis de cada 10 niños sufren violencia intrafamiliar, sin embargo, en la mayoría de los casos las víctimas han padecido años de sufrimiento debido al burocratismo e indiferencia de las autoridades, y al silencio de familiares y vecinos.

Hace apenas unos días, el Comité de Derechos del Niño de Naciones Unidas cuestionó al Estado mexicano por la desaparición forzada y el impacto del crimen organizado en la infancia. Las autoridades mexicanas pudieron informar las acciones y estrategias para dar con 7 mil 16 niños y adolescentes que hoy se encuentran desaparecidos y cuyas edades van de cero a 17 años.

El caso de Cristopher Raymundo no es un caso excepcional. Quizá ya muchos olvidamos a El Ponchis, el niño sicario, quien desde los cinco años fue alejado de su madre y a los once años asaltó un negocio.

O Ana Carolina, una joven de 17 años, detenida en mayo de 2013 como probable responsable del homicidio de sus padres adoptivos en Chihuahua. O Vicente León Chávez, de 16 años, que en 2004 planeó el homicidio de su padre, madre y hermana menor.

No debemos horrorizarnos con las acciones de estos adolescentes sino con nuestra incapacidad como padres y madres, como integrantes de una comunidad, como ciudadanas y ciudadanos, y como instituciones, de proteger y hacer respetar cada uno de los derechos de niñas, niños y adolescentes.

Hemos permitido que la violencia y la impunidad sean parte de nuestra cotidianidad, las hemos normalizado y hasta integrado a nuestra cultura; no podríamos explicar de otra manera el éxito de telenovelas que ensalzan las acciones de narcotraficantes y los convierten en héroes y heroínas, misma situación que ocurre con los corridos. Y lo digo sin exagerar y sin purismos.

Los adolescentes violentos fueron niños víctimas de la violencia, de nuestro olvido y permisividad.

Los niños y adolescentes tienen derecho a ser felices, a tener una vida libre de violencia y eso significa gozar plenamente de todos sus derechos, y la sociedad y el Estado estamos obligados a garantizarles total protección y prevención frente a todo tipo de violencia.

Es momento de cambiar el paradigma de la niñez y adolescencia mexicanas, no podemos seguir pensándolos como un asunto por resolver en el futuro, porque ellos son el futuro de nuestra nación, por tanto, debemos asumir nuestra responsabilidad y decidir el tipo de ciudadanas y ciudadanos al que aspiramos: ¿violentos o respetuosos de ley y de los derechos humanos?

 

@angelicadelap

Presidenta de la Comisión de Derechos

Humanos del Senado de la República