Responder a los ataques de Trump


A cada declaración optimista de México y el gobierno mexicano sobre las negociaciones del TLC ha seguido un golpe. Y aunque en la mesa se intente mantener una actitud de iguales, en los medios se amenaza con desandar cualquier paso avanzado. Después de la primera ronda de negociaciones, Trump volvió a la amenaza. Primero, el pasado 22 de agosto. “Construiremos ese muro”, dijo. Y el 27 del mismo mes, subió el tono: México se ha portado difícil en la renegociación del TLC, además de ser un país con los más altos niveles de criminalidad. De tal manera, se justificarían dos cosas: la amenaza de abandonar el TLCAN si no se cede a los caprichos de la potencia que hegemoniza América del Norte y la puesta en marcha de la construcción de un muro fronterizo.

Ambas posturas son inaceptables para México, y en ese sentido es de celebrarse la postura de la Secretaría de Relaciones Exteriores, firme por primera vez ante los desplantes de Trump. En un comunicado, no sólo se dice que México no construirá muro alguno, sino que se establece que los problemas de violencia en nuestro país están condicionados por la demanda de drogas en Estados Unidos, por lo que hay responsabilidad compartida.

Ambas posturas deberían profundizarse, además de establecerse una tercera. En primer lugar, hay suficiente evidencia de todo tipo —sociológica, económica e histórica— que permite afirmar que la integración fronteriza de nuestros países favorece los intercambios independientemente de las barreras físicas que puedan interponerse. Nuestras sociedades, además, tienen una influencia mutua imborrable, por lo que la amenaza del muro como recurso para obtener respaldo político carece de todo sentido, además de que nuestro país no sólo no debe pagarlo, sino realizar un activismo internacional que permita conjurar los riesgos para la naturaleza y para los derechos humanos que se violarían en caso de consumar la amenaza.

En segundo lugar, la responsabilidad de Estados Unidos en la violencia mexicana no depende solamente de la demanda de drogas en ese país, sino también de la oferta de armas. En estricto sentido, son esos elementos, agravados por el contrabando y el lavado de dinero, los que ocasionan la violencia hacia adentro de nuestras fronteras, por lo que la única forma de frenar los perjuicios, cualesquiera que estos sean, hacia ambos lados de la frontera, tendría que considerar los problemas sistémicos de los Estados Unidos. Lo demás es pura demagogia.

En tercer lugar, México no puede considerarse sometido por la amenaza de terminar con el Tratado de Libre Comercio. Éste significa, apenas, un ordenamiento mínimo y la posibilidad de defender nuestros intereses en el mercado estadunidense. Pero no es la única manera, por lo que no debería ser materia de chantaje. Académicos mexicanos han puesto sobre la mesa considerar la opción de retirarse de las negociaciones. Si Estados Unidos no quiere el TLC porque no le conviene, nada lo obliga a estar. Arturo Oropeza y José Antonio Romero, de la UNAM y el Colmex, por ejemplo, han recomendado explorar alternativas. Entre ellas están marcos normativos, como el de la Organización Mundial de Comercio, al cual tendríamos que atenernos en caso de retirarnos del TLC.

Lo que no podemos permitir nosotros es dejar toda la iniciativa a los Estados Unidos, con la incertidumbre ocasionada por su jefatura política, y con una negociación fundada en las amenazas en lugar del respeto. La opción más digna sería retomar la iniciativa, defender nuestros intereses y, en caso de incompatibilidad, proponer un mecanismo para abandonar ordenadamente el acuerdo, y no estar a la espera de que la presidencia estadunidense se cuelgue la medalla de expulsarnos con el fin de fortalecer su discurso de odio.

Sen. Dolores Padierna Luna

Coordinadora del Grupo Parlamentario PRD

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