Recuerdo de Octavio Paz / La Crónica de Hoy


Comencé a leer a Octavio Paz al comienzo de los años 80, en mi natal Villahermosa, en mis tiempos preparatorianos. Fue una introducción a su obra en general,  pues la lectura de El laberinto de la soledad, era obligatoria. El estudio de la personalidad de los mexicanos como una comunidad y con una psicología rica y complicada, me parecía algo sumamente interesante. En esos años de formación, me intrigaba cómo un pensador y poeta se aventuraba en semejante tarea. Con honradez confieso que algunas de sus teorías plasmadas en esa obra clásica me causaron gran impresión sin llegar a aprehenderlas completamente. Era normal, el lenguaje paciano es un lenguaje de un poeta supremo, y por ello, vuela, da giros inesperados y dentro de su claridad lingüística que parece sencilla, las comparaciones y metáforas, de repente sorprenden y aturden  –por decirlo de alguna manera- al lector, y más si este es, como lo fui entonces, un lector incipiente y mayormente concentrado en los estudios médicos. Fue años más tarde, con mayor experiencia de vida y de conocimiento que releí El laberinto de la soledad, y disfruté la reflexión de Paz sobre la identidad mexicana y toda la riqueza que esa identidad alberga.

 

Por esos años tuve mi primera aproximación a su poesía. Leí en una edición de Joaquín Mortiz algunos de sus poemas, pero fue años más tarde que conocí el gran poema Piedra de Sol que he leído un número notable de ocasiones y, en cada lectura, que no necesariamente comienzo por el principio, descubro nuevos significados y nuevos sentidos en su percepción del mundo, tanto el que se refiere al misterio de la vida, como el del misterio del amor. Siempre tengo presente una pregunta contenida en ese poderoso texto: –Y la vida… ¿Cuándo fue de veras nuestra?

 

Debo a Octavio Paz la riqueza personal que, desde mis tiempos juveniles, le perdí el “miedo” a la poesía como género, pues de mayor en mis actividades profesionales y políticas, he tenido la ocasión de convivir con gente muy interesante y cultivada, y he visto con sorpresa que la poesía causa en mucha gente un “temor”. Es un sentimiento que atribuyo a la audacia del lenguaje de la propia poesía, que en Octavio Paz, alcanza lo excelso.

 

La personalidad del poeta también abordó el tema político, y con gran interés lo seguí en sus reflexiones, buscando luces y entendimiento respecto a los problemas de nuestro México. Me cautivó la lectura de El Ogro filantrópico, ese estudio en que define con esta metáfora la naturaleza del Estado mexicano. Tengo en mi biblioteca dos ediciones de esta obra: la de Seix Barral que compré en La Casa del Libro, en Madrid,  y a la que le tengo un valor afectivo muy grande; y la mexicana, de portada de color azul, que editó también Joaquín Mortiz. Cuando puedo vuelvo a él.

 

Guardo dos recuerdos de Octavio Paz, que son parte de mi patrimonio personal, espiritual. Me parece que lo conté aquí mismo, en CRÓNICA: en la presentación de un libro de coleccionista, -un largo poema suyo con pinturas de Arnaldo Cohen- conversé con el poeta el 22 de septiembre de 1988, en la librería francesa y le pedí que me firmara mi libro. Guardo ese recuerdo con gratitud, pues me desmontó la creencia de que era un hombre inaccesible y alejado de sus lectores. Para nada. En esa ocasión constaté que era un hombre sencillo que gustaba del contacto con los lectores de a pie.

 

Y el otro, fue mi asistencia al homenaje que se le rindió, con ocasión de su aniversario, en el Palacio de Bellas Artes, al que acudió un gran número de intelectuales y pensadores de todo el mundo. A mí me impresionó el discurso de remembranza que pronunció el filósofo francés Edgar Morin, (el autor de esa idea tan sugerente de que…El hombre, ese animal loco que inventó la razón) en el que hizo alusión que Paz lo impresionó desde sus primeras lecturas y desde sus iniciales conversaciones pues era, dijo Morin, un hombre que se atrevía a pensar en América Latina. Cosa difícil.

 

Senador por el Estado de Tabasco

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