Juárez visto por Fernando Benítez / La Crónica de Hoy


Cada 21 de marzo que México entero celebra el nacimiento de Benito Pablo Juárez García, mi memoria lejana se traslada hasta un patio de grandes dimensiones custodiado en sus límites por algunos árboles de almendros, al fondo un escudo grande sobre la pared que dice en su parte inferior “Fieles al deber” y en el inicio del patio un grupo de escolares que marchan con la bandera nacional y pronuncian un discurso en honor del Benemérito de la Patria; esa escena se ve tamizada por una luz ascendente que, pese a la hora temprana comienza a inquietar a los alumnos que honran los símbolos nacionales, pues estamos en Tabasco, en el centro de la región más tropical de México, y el sol no es un astro lleno de cortesía como lo es en el altiplano. Principio y final de la ceremonia se abre y cierra con el tañido de una campana, cuyo eco aún resuena en mi mente pese a los años transcurridos.

Sobra decir que entre esos escolares me encuentro yo mismo, espectador desde entonces de la importancia patria del niño que llegó desde un poblado de la sierra a la ciudad de Oaxaca, sin hablar todavía español y desamparado, para convertirse por la fuerza de su voluntad y del Destino -así, con mayúsculas- en el gran presidente y héroe de México, salvador de un país que muy probablemente se hubiese desmembrado, y lo unificó después de una muy complicada guerra contra los invasores extranjeros y los elementos internos que ejercían una tarea contraria al interés superior de la nación.

Creo que de esos homenajes de la infancia nace mi admiración por Juárez. Tiempo después en mis andanzas por las librerías de viejo de la Ciudad de México, uno de mis libreros me ofreció la primera edición de Juárez y su México, del acucioso historiador Ralph Roeder; no la pude adquirir en ese momento y lo lamenté; sin embargo, la vida generosa me recompensó: en esa temporada editorial de agosto de 1998, Taurus lanzó la primera edición de su biografía Un indio zapoteca llamado Benito Juárez, del gran Fernando Benítez, que compensó la pérdida anterior. De inmediato la comencé a leer y aprendí más sobre la vida humana y civil de Juárez.

La biografía de Benítez, con su amenidad y precisión en la descripción de los detalles vitales de Juárez, me dio una medida humana de su vida, que para entonces desconocía; para mí, él era el héroe, la estatua de uno de los parques principales de Villahermosa, un edificio enorme con sus letras escritas en el frontispicio o, incluso, un gran mausoleo; pero Benítez lo hizo real a mis ojos, le dio nueva dimensión y categoría en mi comprensión personal. No se me olvida decir que los detalles de la vida de Juárez los toma el autor de los famosos Apuntes para mis hijos, que el ex presidente escribió en gesto paternal; de esas confidencias familiares, Benítez con su enorme y sensible conocimiento de la historia de México, y su investigación de bibliografías y fuentes primarias, nos dio un Juárez nuevo, que, sin paradojas, siempre estuvo allí, cercano en el ejemplo ciudadano.

De modo sencillo, ligero, fue gracias a Benítez que conocí el origen de la famosa expresión que es patrimonio nacional: Me hizo lo que el viento a Juárez, que significa la tranquilidad o calma con la que soportamos una situación difícil. Benítez cuenta que un grupo de niños de Guelatao fue de caza y pesca y cuando estaban en la canoa se desató un ventarrón que los asustó, por lo que la mayoría se lanzó al agua para ganar la orilla; sólo Benito se quedó en la canoa y, ya que era tarde, lo sorprendió la noche; el niño Juárez la pasó entera en esa canoa y fue hasta la mañana siguiente que pudieron rescatarlo, esperaban encontrarlo muy asustado o inquieto, pero lo encontraron tranquilo. Y se construyó la leyenda.

La vida total de Juárez es nuestro ejemplo vivo; y su biografía, por Fernando Benítez, es un tesoro posible al alcance de la mano.

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