Poner rostros a los migrantes / El Financiero


Sobre el accidente en una central nuclear, el notable escritor húngaro Sándor Márai escribió: “El número de víctimas hasta ahora asciende a… No puedo sentir lástima por ‘las víctimas’. Uno sólo puede compadecerse de los individuos. Un hombre es la totalidad. Cien mil personas es meramente una cifra”.

La cita viene a cuento por las historias que en estos días circulan en los medios de comunicación: historias que ponen nombre y apellidos, que ponen rostro a los migrantes mexicanos que están en riesgo o ya fueron deportados de Estados Unidos.

Si bien la migración mexicana a Estados Unidos tiene la peculiaridad de ser, como dice el experto Jorge Durand, “histórica, masiva y permanente”, sus ciclos nos enseñan que las decisiones políticas tomadas en México definieron su tamaño y la convirtieron, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, en una verdadera diáspora.

Según datos confiables, alrededor de seis de los 11.1 millones de indocumentados que viven en Estados Unidos son mexicanos. Pero esos números son sólo eso: cifras que en estos días nada dicen del profundo drama humano de las familias separadas, de madres a las que les son arrancados sus hijos de sus brazos, de muchachos que crecieron en EU aunque nacieron en México y que ahora pueden ser echados en cualquier momento a un país que no conocen y que expulsó a sus padres.

El rostro de Jeanette Vizguerra, la madre que se refugió con sus dos hijos en un templo en Denver, Colorado, lo dice todo sobre el drama que se cocinó en las mesas de negociación del TLC, y del que nadie se ha hecho cargo durante largos años. Sus hijos nacieron en EU pero ella estaba a un paso de la deportación y, en consecuencia, de la decisión de tener que abandonarlos o traerlos de regreso a un país que poco les puede ofrecer.

Daniel Ramírez, un joven que nació en México y fue llevado a los siete años de edad a EU, es otro de los rostros que dan sentido al drama humano de la deportación. Daniel nació en 1994, justo el año en que entró en vigor el TLC.

Aunque Daniel tiene un permiso de trabajo y permanencia, fue detenido hace unos días. Daniel es un dreamer, como se conoce a los jóvenes que llegaron siendo niños y se acogieron al programa conocido como Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por sus siglas en inglés). En una situación similar a la suya hay 750 mil jóvenes que han demostrado que llegaron siendo niños y que no tienen antecedentes penales de importancia. Muchos de ellos son estudiantes universitarios brillantes.

A Daniel lo llevaron a un centro de detención en Seattle, Washington, donde verificaron su permiso de trabajo. Pero un agente le dijo, resumiendo el horror que viene: “No importa, no naciste en este país”.

Las historias de Jeanette y Daniel no comenzaron cuando los agentes de la migra detuvieron a uno y amenazaron con detener a la otra.

Comenzaron cuando Carlos Salinas de Gortari aceptó el libre movimiento de mercancías pero no de personas. La deliberada exclusión del tema migratorio de las negociaciones del TLC, acompañada de la reforma al artículo 27 constitucional, se tradujo en un incremento exponencial de la migración.

Se calcula que entre 1990 y 2007 más de siete millones de mexicanos abandonaron nuestro territorio para buscar una mejor vida en EU. Con esa jugada, México dilapidó su “bono demográfico”, incapaz de ofrecer oportunidades a los nacionales aquí y alimentó con mano de obra barata a los campos agrícolas y el sector de servicios en el vecino país.

El fascista deschavetado que ahora despacha en el Salón Oval sólo nos ha recordado la dimensión de una tragedia en la que los gobiernos mexicanos tienen una responsabilidad central.

Sin esperar nada, porque México les ha fallado una y otra vez, los migrantes mexicanos están saliendo a las calles a defender sus derechos y combatir al energúmeno. Ellos son, en los hechos, la primera línea de defensa contra Donald Trump. Y no son números.

Tienen rostros, nombres y apellidos. Daniel y Jeanette nos lo recuerdan. No los dejemos solos otra vez.

La autora es senadora de la República.

Twitter:@Dolores_PL