Albert Camus, héroe civil / La Crónica de Hoy


Hace unos años recibí de regalo, en un aniversario, las obras completas de Albert Camus, editadas en España en 2010, en un estuche de lujo para conmemorar los 50 años de su trágica y lamentable muerte a tan sólo 47 años de edad, en un accidente de tráfico, en el que por cierto Camus iba de copiloto. Ese momento vital de su vida que concluyó con el absurdo de su muerte fue el 4 de enero de 1960; nuestro héroe civil (pues eso fue) había nacido el 7 de noviembre de 1913 en uno de los pueblos de Argelia, donde su padre emigró de la región de la Alsacia francesa, en busca de oportunidades de vida. Es importante señalar que ese país, de cultura árabe en general, durante un tiempo fue ocupado por Francia y formó parte de ésta.

Albert Camus fue un niño francés en la Argelia francesa, muy pobre. Miles y miles de niños lo han sido en la historia del mundo, pero Camus fue extraordinariamente singular. Una de esas singularidades es que por su pobreza familiar y su orfandad paterna desde su primer año de vida difícilmente hubiera podido asistir a la escuela. Logró asistir y abrir la puerta de ese mundo de aprendizaje y vivencias que es la escuela, y allí pudo desarrollar sus habilidades innatas; pronto, uno de sus maestros, Louis Germain, lo tomó bajo su protección y, más tarde, cuando ya pudo iniciar su carrera de lector de libros y materias de filosofía y de los clásicos de la más alta literatura, en el instituto o liceo, se encontró con su maestro Jean Grenier; a ambos los recordó con la emoción viva del agradecimiento, con ocasión de la recepción del Premio Nobel de Literatura que ese niño —que creció en un hogar de madre, abuela y tíos analfabetas— recibió en 1957.

¿Cómo fue posible tal destino? Sobre Camus nos brindan muchas luces la biografía de Herbert Lottman que tengo en mi poder desde su primera traducción al español, con su portada color sepia. Es muy extensa y sus muchos capítulos los leí según mi humor y según el azar: abría el libro y donde atinara, comenzaba a leer; este modo de lectura, arbitrario y feliz, me regaló la emoción de conocer su participación activa en la Resistencia, como redactor del periódico Combat —durante el tiempo que los ejércitos hitlerianos ocuparon Francia—, y me intrigó mucho su pasión e interés por las mujeres hermosas, sobre todo con la española María Casares, quien fue su musa y actriz principal en muchos de los montajes de sus obras de teatro. Me doy cuenta ahora, que me intrigaba y me intriga, el despliegue de la sensibilidad que ciertas personas —como Camus— poseen para captar la realidad física y espiritual de otras personas. Un auténtico don.

La mayor influencia de su obra —para mí— no fue en los años de su fama y de sus premios, sino es ahora, en esta actualidad convulsa, como convulsa es la historia de la humanidad y la mayoría de sus tiempos. Camus nos enseñó dos cosas vitales, entre otras muchas. Dos de ellas las guardo para mi propio patrimonio, y es un privilegio compartirlas: la condición humana y la conciencia que es guardiana de su poseedor.

Nuestra condición nos demuestra el absurdo de la vida humana, dependiente del azar. El hombre inteligente y vivo se rebela contra esta arbitrariedad del destino; su celebrado. El hombre rebelde es el fruto de esta reflexión que concluye, según yo lo entiendo, con la aceptación de la propia vulnerabilidad, que no es otra cosa sino la propia finitud. No es fácil aceptar tal cosa para la inteligencia del hombre. Uno quisiera ser siempre eterno y feliz.

La conciencia nos ordena servir a nuestros semejantes, desde nuestra condición, débil y falible. En dos regiones de mi actividad personal es donde he visto desplegarse a sus límites la condición humana, y no me canso de aprender de ellas: en la medicina, que es mi origen personal y en la cual el dolor —el gran maestro de la vida— ejerce su dominio, y amenaza al hombre con la muerte; y la otra es la política, que cada día me da una nueva lección, pues en ella la más alta y la más baja condición del hombre se hacen visibles en su diario ejercicio, buscando el poder, que si no es para servir, no tiene sentido. Eso lo dicta la conciencia.

Parte de ese saber lo debo a mi experiencia y a Camus. Maestros que me brindan serenidad y, por lo tanto, una felicidad que siempre está aprendiendo.

 

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