La forma YA NO es fondo / Excélsior


“Tenemos un Presidente pirata”, me dijo el otro día un amigo, a manera de broma. Pero la verdad, a estas alturas, no me provoca risa algo así. La noticia sobre el plagio de la tesis de licenciatura del Presidente de México ya ni a escándalo llegó, porque para nuestro sistema político, y la sociedad en su conjunto, en realidad se trata de un tema menor.

En contraste con otros países, en Hungría, por ejemplo, su Presidente renunció en 2012 cuando se descubrió que plagió su tesis doctoral, y en Alemania lo hizo su ministro de Defensa en 2011, por la misma razón.

Si mis hijos me preguntan qué pasó con la tesis de Peña Nieto, me siento forzado a explicarles que hizo trampa y que eso está mal, no sólo como una orientación que los haga rechazar la mentira en su vida cotidiana, sino como un hecho que nos obliga como padres a ser ejemplo de honestidad con hechos, no sólo palabras. Nuestras acciones definen el grado de credibilidad de nuestras palabras y eso es algo que en política, especialmente en estos momentos, no se logra entender.

Esta semana se dará el IV Informe de Gobierno del Presidente de la República, del líder que nos representa a todos los mexicanos dentro y fuera del país. Con este motivo, hay un eslogan que, en voz de Peña Nieto, está recorriendo los canales de televisión y las redes sociales, que dice: “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”. Coincido con la idea, sólo hay que añadirle que, para que el mensaje sea creíble, depende de quién lo diga, y de cómo se comporte esa persona.

No podemos negar que hay avances que reconocer, no pretendo ser un pesimista empedernido. Pero el punto aquí es que los aciertos y esfuerzos de progreso de este gobierno, por válidos que fueran, se miran a la luz de una sensación de fractura moral como nunca antes se había percibido en México. Tenemos enfrente eventos tan graves como las ejecuciones de Tanhuato y los muertos de Nochixtlán, donde están señaladas fuerzas federales; junto con una controversia que rodea a la primera dama sobre la propiedad de un departamento de lujo en Miami y, como remate, el plagio de la tesis del jefe del Estado mexicano. Todo esto forma una cadena de eventos que ya suma innumerables escándalos de corrupción y de sangre, con un epicentro del tamaño de Ayotzinapa, que cumple ya dos años sin arreglo. Así las cosas, ¿cómo otorgar credibilidad o confianza a discursos triunfalistas, frente a la crudeza de la realidad que nos rodea?

Lo que sí hay en mí es un sentimiento de profunda decepción, pero sobre todo, de enojo. No podemos seguir minimizando el valor de la palabra. No podemos desentenderemos de la gravedad de que alguien se ostente con un grado profesional, ganado de forma corrupta.

Tal parece que desde Los Pinos siguen empeñados en mantener el comportamiento de “México en un show mediático”, pero eso no es gobernar. Eso es mandar una señal de lejanía, de irrealidad, de un Presidente atrincherado en una zona de confort blindada de la realidad; mientras que en realidad, el rey está desnudo.

“En política la forma es fondo”, así dijo el siglo pasado Jesús Reyes Heroles, el ideólogo del partido de Peña Nieto. Pero en estos momentos, si el señor viviera, yo creo que estaría de acuerdo conmigo en que hoy ya no es así: la forma ya no puede con el fondo.

En el fondo de la política mexicana persiste la mentira, la simulación y, por más forma que se trate de imponer, por más maquillaje que se le quiera poner al maniquí, esto YA ES IMPOSIBLE DE OCULTAR. ¡Y la nación mexicana está al tanto de ello! Hoy más que nunca, la conducta del jefe del Estado mexicano está bajo la lupa y está, fatalmente, ligada a la vida, o la muerte, de cada mensaje que acompañe a su rostro, pase por sus manos, lleve su firma o salga de su garganta.

Tenemos prohibido dejar pasar u olvidar todo esto, para que las aguas se calmen y nada cambie. A partir de ahora, los habitantes del país estamos obligados a distinguir entre dos grupos de políticos: los que insisten en parchar una fachada que ya se derrumbó y los que apuestan por arremangarse y arrodillarse, para tomar del suelo las piedras que construirán el país que viene.

Especialmente, a nosotros los de la arena pública nos toca, como nunca antes, encarnar el valor de la decencia. Eso es lo que verdaderamente cuenta, y cuenta mucho. Ojalá que EPN nos cuente algo sobre esto.