Trump parece payaso; no lo es / Revista Siempre


Precaución

 

Hacia 1925, los europeos mejor informados solían decir que Adolfo Hitler era solamente un payaso, que podía hacer reír o provocar algunas incomodidades a los oyentes más proclives a las buenas maneras, pero hasta ahí. Diez años después, el payaso era ya un motivo de serias preocupaciones. En Europa y en América muchos gobernantes perdieron el sueño y los gestos hitlerianos ya no generaban burlas, sino terror.

Efectivamente, Hitler no era ningún payaso, pero la realidad necesitaba uno y él se improvisó como tal. Pero era un clown agresivo, con una máscara que no pretendía ocultar, sino hacer ver sus verdaderas intenciones. Cuando se lee Mi lucha, uno piensa en la prisión de Landsberg (en Baviera), como la causa de los delirios del futuro führer; es decir, que se trata de un “pensamiento” generado entre paredes y de ahí su incoherencia. Sin embargo, el escenario era mucho más complejo y más ominoso que el de hoy. Hitler, tanto en Mi lucha, como en sus declaraciones a Herman Raussing (Hitler me dijo, 1947) solamente escribía lo que los alemanes, en su mayoría, querían leer o decía lo que aquellos mismos querían oír.

La historia, aun la que recrea atrocidades, suele repetirse no como copia sino como caricatura, tal como lo apuntaba otro alemán llamado Karl Marx. En ese orden, podríamos pensar que Donald Trump (cuyo nombre también implica evocaciones complicadas) no es un payaso, sino una reproducción caricaturesca del referente hitleriano. Su figura física contiene ingredientes de alta comicidad: su boca, su cabello, la manera de pararse, de sentarse y de dirigirse a sus adversarios reales o supuestos. Además su figura física es parecida a la de un clown en decadencia o, simplemente, falto de recursos histriónicos para entretener incluso a los niños. Trump tiene todo para ser un payaso, aunque no sea un buen payaso. Pero…

Como a Adolfo Hitler o a Benito Mussolini (un verdadero maestro en el arte de la gesticulación), no hay que tomarlo a la ligera. Ciertamente, hay algunas diferencias, como la de que Estados Unidos no es Alemania y está muy lejos de ser un país en desgracia, ha resurgido hoy como el paradigma del éxito macroeconómico capitalista, aun cuando haya por ahí muchas dificultades relacionadas con la crisis mundial.

Ahora bien, en lo que sí hay semejanzas es en el hecho de que Trump dice lo que muchos norteamericanos piensan y, por eso mismo, quieren oír aunque sea en una boca como la de Trump (muchos mexicanos piensan que Trump tiene que ver con trompa). Si así lo quieren oír es porque así lo piensan.

Sobre todo, en lo que se refiere a los mexicanos. Seguramente Trump no sabe lo que significan los migrantes que van de nuestro país a crear el PIB norteamericano. Seguramente no conoce las ventajas comparativas de la mano de obra indocumentada, ni las habilidades de los mexicanos que se activan con el estímulo de un salario menos indigno. Y lo que es más, muchos de sus seguidores, entre los cuales paradójicamente hay millones de latinos, no lo saben.

Para el “pensamiento” de Trump, los mexicanos nos parecemos a los judíos vistos por los nazis. Somos los culpables de todos los males en la sociedad norteamericana y, por eso mismo, merecemos una noche de cuchillos largos y, debido a la misericordia norteamericana, no la proliferación de campos de prisioneros (aunque a veces, de manera sutil, lo insinúe), sino una deportación masiva. El día que los mexicanos sean puestos de patitas más allá de la frontera sur norteamericana habrá un advenimiento de la raza norteamericana. Los WASP volverán a reinar dentro de unos muros para cuya construcción “cooperarán” los mexicanos.

Donald Trump tiene cara de payaso, pero no lo es. En realidad es el mensajero de una cultura ominosa. La sociedad norteamericana va a decidir, seguramente en las urnas, si acepta ese mensaje o comete el error de pensar que con matar (políticamente, en las urnas) al mensajero el problema está resuelto. Hay un enmadejado cultural que emite esos parabienes ominosos y una sociedad que es el destino bastante adecuado para los mismos. Por lo pronto, no se sabe si Trump será derrotado. Y si no se sabe, es porque hay muchas posibilidades de que sea el próximo presidente de Estados Unidos de América.

La incertidumbre es uno de los factores de la democracia: todo puede suceder. Ya en la República de Weimar, la democracia produjo un führer. La democracia norteamericana, por su parte, puede producir un nuevo mesías apellidado Trump. En este sentido, los mexicanos no podemos hacer mucho: solamente confiar en la razón y que los norteamericanos se decidirán a hacerla valer. Tal vez también prevenirnos: ¿qué vamos a hacer con los mexicanos deportados si gana Donald Trump?

@zoerobledo

Senador por Chiapas.