Carlos Pellicer / La Crónica de Hoy


El 16 de enero de 1897 nació en San Juan Bautista, capital de Tabasco en ese entonces, un mexicano excepcional: Carlos Pellicer Cámara. Su periplo por la existencia humana terminó el 16 de febrero de 1977.

Entre esas dos fechas se concentra una actividad social, artística y política que nos sirve para conocer a un hombre fuera de serie y, al recorrer los hechos de su vida, aprendemos a apreciar aspectos únicos de la historia de México, y muy particularmente de una porción de la patria que es mi querido lugar natal: Tabasco. En esta fecha, está presente Carlos Pellicer.

Admiro mucho a Pellicer por sus actividades en varios temas del conocimiento y la cultura.

Su poesía, a los nacidos en el trópico, nos llega por varios lados del mismo modo que nos llega el calor intenso y la lluvia desbordante.

En mi comprensión de ese mundo de palabras de tan amplia variedad, me quedo con sus grandes poemas sobre el paisaje tabasqueño: una selva que alguna vez fue la más densa de todo el país y que hoy no podemos decir que está devastada, simplemente no existe.

Y ríos: el Usumacinta y el Grijalva, que hoy, como cuerpos vivos reciben en sus caudales toneladas de detritus, siguen vivos, sobrevivientes, en la poesía de Pellicer.

No lo deseo, pero al paso que vamos, por la despiadada explotación petrolera a la que ha sido sometido el territorio tabasqueño, sólo en la poesía y la palabra escrita los tabasqueños del futuro podrán conocer cómo fueron alguna vez sus ríos emblemáticos.

Carlos Pellicer en su juventud fue uno más de aquellos soldados de la cultura y la palabra que estuvo bajo las órdenes y la influencia de José Vasconcelos.

Pellicer en su madurez definió al educador mexicano diciendo: “Tal vez no fue genial, pero sí fue un hombre de genio”. Y en un poema escrito a la muerte del creador del lema de la UNAM, escribió: “Al recordar al hombre envuelto en llamas de Orozco, pienso en Vasconcelos”.

Trabajó a su lado en la campaña alfabetizadora de los años 20 cuando el oaxaqueño fundó la Secretaría de Educación Pública y emprendió una cruzada política y espiritual por sacar al país de una ignorancia colonial, que por desgracia todavía nos persigue. Atavismos que enterramos una y otra vez, y con tristeza, vemos resucitar nuevamente. Junto a Cosío Villegas, a Torres Bodet, a Vicente Magdaleno, y toda esa generación de grandes, allí estuvo Pellicer.

En la campaña de Vasconcelos a la Presidencia de la República en 1929, fue Carlos Pellicer uno de los notables que se sumó a esa causa. Otro más de sus compañeros de generación que participó en esa aventura fue, ni más ni menos, Adolfo López Mateos, quien siempre profesó por Pellicer una gran amistad y un gran respeto personal.

Después de la aventura vasconcelista, como fue llamada, Pellicer se dedicó a desarrollar su obra literaria y al cultivo de esa forma única del aprendizaje que es el viaje. Viajar, trasladarse, concentrarse en otros países, ciudades y culturas fue una constante en él.

Toda esa cultura de la que Pellicer tomó posesión como hombre de letras y de una sensibilidad superior en sus viajes, tuvo una influencia determinante para la puesta en obra de sus proyectos museográficos.

Al momento pienso en dos: la Casa Museo Frida Kahlo, en Coyoacán -de quien fue muy amigo y confidente- y el Museo La Venta, un fragmento de selva, que a pesar de tantos problemas sigue vivo en Villahermosa, y que alberga las cabezas olmecas originales.

En lo personal, el viejo Museo de Antropología en su tierra natal es mi preferido. En ese espacio tuvimos nuestro primer encuentro con las culturas azteca y maya.

En 1976, Carlos Pellicer fue electo senador de la República por Tabasco. Su campaña, sus historias y vivencias son un futuro tema. En esta ocasión le rindo mi homenaje personal.

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