2015: un año para no olvidar/ El Universal


Concluye el año y aún nos faltan los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa. La “verdad histórica” presentada por la Procuraduría General de la República se ha desmoronado: cámaras sin funcionar, matrículas de las patrullas alteradas, presencia de policías federales y de elementos de las Fuerzas Armadas, pruebas sembradas, indicios de tortura a testigos, una incineración puesta en duda ante la evidencia de lluvias e imágenes satelitales que no registraron incendio alguno.

Continúan sin castigo los responsables de las ejecuciones extrajudiciales en Tlatlaya, así como el esclarecimiento de las decenas de miles de homicidios y desapariciones forzadas cometidos a lo largo y ancho del país. Quedan sin aclarar la identidad y las muertes de las personas encontradas en San Fernando, Tamaulipas, y en Cadreyta, Nuevo León, así como las decenas de fosas clandestinas que han convertido a México en un cementerio de impunidad.

La corrupción asociada a los negocios en el ejercicio del poder y al tráfico de influencias se toleran y encubren. Lo mismo el goce de vacaciones pagadas a funcionarios por contratistas del gobierno, que los vinculados a la Casa Blanca y a la residencia en el Club de Golf en Malinalco o los delitos cometidos por gobernantes sin escrúpulos que medran con el erario público o por políticos que incurren en delitos electorales a quienes se pretende victimizar cuando excepcionalmente la autoridad les finca responsabilidad legal.

Impunidad es el signo que marca el 2015 y que se sintetiza lastimosamente en la fuga de Joaquín Guzmán Loera, la cual ha puesto al descubierto el nivel de empoderamiento de la delincuencia organizada, su capacidad logística y corruptora para penetrar en todos los órdenes de gobierno y en los asuntos públicos, así como la fragilidad de instituciones disminuidas, incluidas las de inteligencia y seguridad del Estado.

La bonanza que traerían consigo las llamadas reformas estructurales, se han convertido en falsas ilusiones, las inversiones no llegan, el empleo y los salarios se precarizan, el peso se abate frente al dólar, la mezcla del petróleo mexicano se desploma por debajo de los 36 dólares por barril, mientras que las gasolineras de Pemex en Estados Unidos venden más barato el combustible que en nuestro país.

La clase política se mantiene ausente e indiferente frente a esta situación. Poco o nada parece preocupar a Enrique Peña Nieto, que dos de cada tres mexicanos (65%) rechacen su gestión, como tampoco parece ser del interés de las partidocracias que los partidos políticos y las Cámaras de senadores y diputados, sean las instituciones peor calificadas en la valoración ciudadana sobre su desempeño.

Ausente, la clase política se mantiene inmersa en su pequeño mundo del poder y del pragmatismo, donde la disputa política se mantiene al margen del interés popular e impone un juego de las simulaciones, donde a su real y saber entender, en la modernidad no hay confrontación ni diferenciación política que no se pueda superar con un pacto por contradictorio que sea.

Este pragmatismo ha conducido al desencanto —desafección dicen algunos— con la democracia. La política partidaria no sólo resulta onerosa y está amalgamada de privilegios, sino se ha convertido en un juego grotesco: en las Cámaras, quienes se alían para sostener a ultranza un proyecto ideológico que los une, rompen en los procesos electorales para construir alianzas entre contrarios. Es de tal magnitud la incongruencia que hay partidos que renuncian a aspectos básicos de sus plataformas políticas a fin de lograr alianzas electorales y postulan como candidatos a quienes fueron sus verdugos.

2015 no fue un buen año, los acontecimientos que se registraron a lo largo de éste dejan lecciones que no pueden ser olvidadas, de ello tendrá que encargarse una ciudadanía que debe hacer política y asumir en sus manos los asuntos públicos del país dejando atrás el olvido y la indiferencia.

Senador de la República