Brasil y México, destino compartido/ La Jornada


Como bien dijo la presidenta Dilma Rousseff, poco antes de su reciente visita de Estado, Brasil y México son dos naciones que no pueden estar una de espaldas a la otra. Este encuentro frente a frente no ha sido fácil. Las relaciones entre ambos países han transitado un camino de altas y bajas, han ido de la cooperación al conflicto, especialmente durante el periodo en que los gobiernos de Acción Nacional se empeñaron en destituir los principios de la diplomacia mexicana.

En ese escenario ocurrió el distanciamiento en torno al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), defendida a capa y espada por Vicente Fox y rechazada por el bloque que formaron Hugo Chávez, Néstor Kirchner y Lula (Mar del Plata, 2005).

La suma de PIB de ambas naciones representa más de 60% del producto total de América Latina, y ese lugar les dota responsabilidades mayores frente a la región entera.

Los liderazgos de Brasil y México caminan por vías distintas: en el primer caso, el gigante del sur se ha erigido en cabeza del mercado común sudamericano, a la vez que ha ampliado y estrechado sus relaciones con economías como la China. Por nuestro lado, por los actos reflejos de nuestros últimos gobernantes, formados en el dogma neoliberal, hemos amarrado nuestro destino económico a las directrices de nuestro poderoso vecino del norte.

Con todo, la profundización de los lazos de amistad y de las relaciones comerciales entre Brasil y México puede tener efectos muy importantes y benéficos para toda la región.

Brasil es el principal socio comercial de México en América Latina y El Caribe y, el octavo a nivel mundial, con un flujo de mercancías por arriba de los 9 mil millones de dólares en 2014. México, el principal inversionista latinoamericano en Brasil.

Un primer paso que allana el camino al estrechamiento de las relaciones con la patria de Jorge Amado ha sido la supresión de las visas para turistas entre ambos países.

Sin embargo, el camino por andar es aún complicado y enfrenta realidades complejas, México ha optado, por decisión de sus gobernantes de los últimos 30 años, por fortalecer su presencia en la esfera de influencia de Estados Unidos, en tanto que Brasil ha ampliado sus horizontes y forma parte esencial del bloque de países que es muy conocido por las siglas BRICs.

Justo antes de su visita a México, la Presidenta Rouseff recibió al primer ministro chino Li Keqiang, quien llegó al gigante sudamericano para avanzar en los tratos de negocios por 500,000 millones de dólares, incluyendo un proyecto para construir un ferrocarril transoceánico que irá de Brasil a Perú. Aquí la historia es muy conocida, cerramos la puerta a una inversión similar, hecho por el cual aún nos deben muchas explicaciones.

Brasil y México comparten también su rechazo al ominoso embargo comercial contra Cuba. En los años recientes, México ha dado pasos para normalizar las relaciones con la Isla y para acrecentar las inversiones en el marco de los cambios que están ocurriendo.

Brasil se había anticipado con paso más firme, al punto de financiar, vía el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), el estratégico puerto de altura en Mariel, inaugurado en 2014 por Raúl Castro y la misma Rousseff.

Hay quienes gustan de subrayar la tradicional rivalidad de México y Brasil por conquistar el liderazgo regional. Pero en los tiempos actuales, en que caminamos hacia un mundo multipolar, el peso económico de ambas naciones así como sus inmensas riquezas culturales y sociales, pueden convertirse en una pieza clave de la integración latinoamericana, en un motor que de progreso para la Patria Grande.

Las diferencias, en materia de comercio exterior, son evidentes. Los gobernantes mexicanos han optado por convertir a México en el socio menor de América del Norte, en tanto que Brasil se consolidaba como cabeza el Mercosur. Aquí hemos optado por firmar acuerdos de libre comercio a diestra y siniestra en tanto que Brasil h a mantenido rasgos de protección de su economía nacional.

El Mercosur y la Alianza del Pacífico no ha hecho sino profundizar las diferencias de dos modelos contrapuestos, pero no constituyen camisas de fuerza que impidan a buscar fórmulas para fortalecer la agenda bilateral. Ahí están, a guisa de ejemplos, los objetivos compartidos, como el fortalecimiento de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y problemas sociales y políticos.

En ese complicado escenario, es buena noticia que Dilma, una mujer que en su juventud padeció la tortura a manos de una dictadura militar, un ejemplo para las mujeres de toda América Latina, haya visitado México para promover lo que ella ha llamado, con humo, el “eje tequila-caipirinha”, una herramienta que seguro permitiría a México y Brasil realizar una contribución importante al surgimiento de un nuevo mundo, multipolar y menos injusto.