Los candidatos, el rostro de los partidos / El Universal


Los siguientes días serán decisivos en la vida política de México. Poco a poco los partidos determinan los candidatos que han de representarlos en las elecciones intermedias de este año. Estas elecciones serán determinantes para la atropellada democracia mexicana. Serán los primeros comicios después de las crisis de Ayotzinapa, Tlatlaya y los escándalos de corrupción de diversos actores políticos.

En esta coyuntura bien harían los políticos en recordar a Maurice Duverger. Este autor se volvió famoso en gran medida por su libro Los partidos políticos. Quizás una de las partes que menos se leen de esta obra es su último capítulo Partidos y regímenes políticos. En esta sección, Duverger argumenta que un sistema político es definido en gran parte por la configuración de sus partidos. Así, instituciones parecidas en países con diversos arreglos partidistas funcionan de manera muy distinta. Al final, en una democracia representativa, las personas que conforman las instituciones generalmente provienen de algún partido político.

Lamentablemente, en México poco importará si se construye una legislatura con políticos poco profesionales. Los partidos son esenciales en una democracia, pues son un instrumento de la ciudadanía para ejercer el poder. No obstante, su papel como intermediarios se ve viciado si sus procedimientos internos carecen de mecanismos para que la ciudadanía participe y conozca el proceso de nominación de los candidatos.

En cuanto al primer punto, la participación total de la ciudadanía en un proceso interno partidista suele ser poco frecuente; sin embargo, los procesos de nominación deben estar basados en el empoderamiento de los militantes sobre las cúpulas. De igual manera, los procesos partidistas deben basarse en el principio democrático de la máxima transparencia en la toma de decisiones.

Parte de los cambios sustanciales pendientes en México es el cambio de concepción en cómo se hace política dentro de los partidos. En un sentido clásico, éstos deberían servir para construir proyectos de gobierno basados en principios democráticos y promoción a los derechos de las personas. Los funcionarios que emanen de estas organizaciones tendrían que apegarse a estos programas, y la ciudadanía tendría criterios para evaluar más fácilmente el desempeño de los funcionarios.

Por otro lado, los partidos deberían ser catalizadores de la participación ciudadana y no máquinas controladas por burocracias. Aunado a lo anterior, deberían ser organizaciones donde las personas con aspiraciones políticas pudieran profesionalizarse y donde se premie el mérito y no la lealtad incondicional.

Si los procesos de selección de candidatos siguen los patrones de nominación que se han visto hasta ahora, en los que se privilegiaron los acuerdos de las cúpulas partidistas a espaldas de sus militantes y de la sociedad, las campañas sólo aumentarán el distanciamiento entre los políticos y la sociedad. Esta última frase se ha repetido tanto que ya parece un lugar común. Sin embargo, es importante recordar que de esta distancia depende en gran medida la legitimidad de los funcionarios electos y de las instituciones que encabezarán.

En el contexto actual, no podemos debilitar aún más a nuestras instituciones. De continuar las prácticas partidistas actuales, los candidatos que participarán en las elecciones serán sólo el rostro de la grave crisis que atraviesan todos los partidos. Existe una alta posibilidad de que el abstencionismo crezca de manera importante. De esta manera, los candidatos que lleguen a puestos de elección popular, sin importar su ideología ni su partido, contarán con poca legitimidad para llevar a cabo los cambios legales tan necesarios para restablecer la confianza de la ciudadanía. Así, no tendrán otra alternativa más que administrar la crisis del Estado mexicano los próximos tres años.

Presidente del Senado.
@MBarbosaMX