Efraín Huerta; Poeta máximo en los poemínimos / Siempre


Efraín Huerta

Efraín Huerta, como José Revueltas y Octavio Paz, nació en 1914. Efraín Huerta, como Diego Rivera y José Alfredo Jiménez, nació en Guanajuato. Efraín Huerta, como los personajes anteriores, observó, imaginó y cambió la cultura en México. Efraín Huerta, como los personajes anteriores, nació para crear. “El Gran Cocodrilo” nació en el mismo año y en el mismo lugar que otros grandes personajes, pero pudo sobresalir de sus contemporáneos y de sus paisanos.

Efraín Huerta creó escribiendo regularmente de una forma irregular. Sus temas y sus formas eran, y siguen siendo, anómalas. Para él, en la poesía, con lo mínimo basta y sobra. Para él lo breve puede y debe ser intenso. Por eso inventó los poemínimos. Los inventó porque son diferentes a los haikus, a los aforismos, a los apotegmas y, sobre todo, a los dogmas.

Para Efraín Huerta el propósito de los poemínimos no era claro. En Poemas prohibidos y de amor, aceptó que “durante mucho tiempo, supuse con ingenuidad que estos breves poemas podían ser algo así como unos epigramas frustrados. Error. Mi hija Raquel (8 años), al leer algunos declaró lo siguiente: «Son cosas para reír». Poco después, en la casa de un famoso pintor, Octavio Paz (58 años) los definió de esta manera: «Son chistes». Me alegró en extremo que, separados por medio siglo de experiencia y cultura, Raquelita y Octavio hubieran coincidido”.

Aunque los poemínimos parecen facilísimos y que cualquiera los puede hacer, como el propio Huerta dijo, éstos son demoniacamente difíciles. Se trata de poemas pequeños, pero que tienen vida propia. De poemas no recomendables para los desapasionados, los censores y para quienes transitan indocumentados en el mundo de las almas amorosas. Son poemas rebeldes. Mariposas locas que pueden ser encontradas en un parque, en una cama o en un vagón de metro. Se pueden atrapar, pero no domar. Por su extensión se puede intentar aprenderlos, pero por su profundidad es mejor aprehenderlos.

A los poemínimos, que son del demonio público, hay que sacarlos del papel ya que pueden quedar inmerecidamente prisioneros en él. Dispense usted las molestias que le ocasiona esta pequeña recopilación de su obra poética. Este intento por recordar a quien le complacía enormísimamente ser un buen poeta de segunda del tercer mundo. A quien vivía donde el hambre es la medida de todas las cosas. A quien pensaba que hablando se enciende la gente. A quien si no le cumplían —y, ahora, cumplirle consiste en leerlo— era mejor que lo dejaran como estatua. A quien tenía ganas de emborracharse ayer también. A quien todos los lunes descubría que había llegado muy tarde a su fin de semana. A quien creía que todas las cosas se parecen a su sueño. A quien amanecía dichosamente herido de muerte natural.

Efraín Huerta no escribía por compromiso, pero siempre estuvo comprometido. Fue un creador poéticamente incorrecto. La vida cotidiana era su musa. Combinó el erotismo con la muerte, la tragedia con el humor. Usó groserías sin ser soez; usó la ironía sin caer en la sorna. Reflexionó, criticó y rio. Hizo reflexionar, criticar y reír.

El año pasado se celebró su centenario. Ahora se conmemoran 33 años de su muerte. Más que conmemorar, también se celebran. La sombra de la muerte siempre se paseó en su obra; no como un tema para preocupar o entristecer, sino como un incentivo para tratar de vivir plenamente. A Efraín Huerta hay que leerlo. Gozarlo y recordarlo. No vaya a ser que nomás por joder vaya a resucitar de entre los vivos.

@zoerobledo

Senador por Chiapas